TNto cabe duda de que ser ministro del Interior no debe ser nada fácil. La comparecencia de Alonso el pasado día 11 nos ha traído una novedad: por primera vez el responsable político no se ha agarrado al corporativismo mal entendido de negar hasta lo evidente. Hubo otro ministro que nos hizo creer que un guineano se murió al darse un golpe en el pecho con el retrovisor de un coche mientras huía; otros simplemente pusieron la versión policial por encima de las de los detenidos y ahí se acabó todo. Nunca sabremos si el actual ministro ha actuado así por convencimiento o forzado por la presencia de unas imágenes grabadas.

Lo que sí es matizable es su afirmación que califica como excepcionales los casos de malos tratos. Las organizaciones que han estudiado los casos con detenimiento, escrupulosidad e imparcialidad han concluido que no son generalizados pero quizá algo más que meras salvedades. En un informe de Amnistía Internacional del año 2002 se recogen muertes como las del guineano António Fonseca, el gitano Ignacio Jiménez, el marroquí Youssef R. o el gambiano Essa Marong. En todas ellas hay una conjunción racista y de malos tratos con resultados fatales. Acabar con todo esto es el principal reto del ministro y necesitará algo más que suerte.

*Profesor y activista de los derechos humanos