XRxecién ganadas las primeras elecciones del 79, subía con los concejales electos la empinada escalera del ayuntamiento para la toma de posesión cuando uno de ellos, cogiéndome por el brazo, se paró y me espetó la siguiente pregunta:

--Pero Ramón , ¿me puedes decir qué coño venimos nosotros a hacer aquí...?

Naturalmente, habíamos concurrido a las elecciones con un programa. Pero no contábamos con ser la fuerza mayoritaria ni echarnos encima la responsabilidad de gobernar el pueblo en un momento en el que todo eran incógnitas. Ahora creo que puedo confesarlo. En el fondo, ninguno de nosotros sabíamos dónde nos metíamos. Pero la política es un ciclismo que tiene solo una escuela, la del pedaleo.

Pero, como dijo alguien, no hay nada más práctico que una buena teoría. Teníamos una idea clara: había que cambiar el ayuntamiento, acercar a la gente aquella institución anquilosada por la dictadura que servía, apenas, como mera correa de transmisión administrativa.

Para mí la política, entonces como ahora, no era un fin en sí misma, sino el medio para cambiar mi pueblo.

La esencia de la democracia a nivel municipal es la participación ciudadana, la proximidad de la institución al pueblo, de los representantes a sus representados. El foro de Portoalegre (Brasil) ha puesto de moda esta idea que, de forma intuitiva, y por puro sentido común, ha sido el Norte de mi quehacer político como alcalde en estos 25 últimos años. El contacto directo con la gente es lo que te mantiene políticamente vivo. La gente te felicita por lo que haces bien, pero el mayor regalo es que te critiquen por lo que haces mal o por lo que no haces.

La cercanía al ciudadano es vital para el municipalismo. Yo diría que es el secreto a voces del éxito. El mayor enemigo de la democracia municipal es el sectarismo. En las ciudades medias y pequeñas, el ayuntamiento debe ejercer un papel moderador, arbitral. Los concejales deben hacer a un lado las cuestiones personales que como vecinos tengan y pensar siempre en los intereses generales y preservar la buena convivencia. El alcalde de un pueblo no puede politizar las cosas. Leí una vez una frase del gran historiador romano Salustio con la cual me identifico plenamente: "La discordia destruye los mayores proyectos; con la concordia, los proyectos pequeños prosperan". Todo lo grande que un alcalde pueda hacer lo hará gracias a su pueblo, con su respaldo.

Después de todos estos años de servicio a mi pueblo, ésta es la conclusión general a la que he llegado, el fruto de una experiencia personal que tal vez a otros pueda resultar útil. Por lo que respecta al saldo concreto de aquel afán por cambiar para mejor el entorno inmediato de nuestra convivencia, ahí ya la experiencia oliventina de estos 25 años no resulta transferible. Tengo la satisfacción de haber impulsado la transformación de Olivenza en un doble sentido, desde el pasado y hacia el futuro. Pero eso es algo que sólo se puede hacer en un ciudad única con las singularidades de Olivenza: la recuperación del rico patrimonio monumental heredado de la soberanía portuguesa y su conversión en centros vivos que presten diferentes servicios a los ciudadanos. Cortado durante tres siglos el pasado sobre el Guadiana, Olivenza se comunica hoy directamente con Portugal a través del nuevo puente de Ajuda. Es la obra de la que me siento más orgulloso y también la que más arduas gestiones, tiempo y energía ha consumido. Pero seamos humildes. Ni mirar atrás ni dormirse en los laureles le está permitido al servidor de la cosa pública.

*Alcalde de Olivenza y uno de los siete alcaldes extremeños que permanecen en este cargo desde la llegada dela democracia.