Mirar no siempre es ver. Y no me refiero a ese momento en el que los hijos no encuentran algo en casa y la madre amenaza: “A que voy yo y lo encuentro”. Y en verdad lo encuentra, sí.

Mirar no es ver, porque nos hemos acostumbrado a lo que nos rodea y pasamos por su lado como si fuera lo normal. Normal que amanezca todos los días. Normal que haya nubes en el cielo o que caliente un sol radiante. Normal que salgan flores o canten los pájaros, o que de una semilla minúscula crezca un roble grande como una casa. Y pasamos la vida así, dando por hecho, hasta que las cosas cambian y lo que los parecía habitual deja de serlo. Reconozco que nunca he necesitado perder nada para apreciarlo, pero hay quien sí, y en estos días raros se ha dado cuenta del valor del espacio abierto, del aire en la cara, de la libertad de moverse así, libre.

Nos hemos acostumbrado a que lo normal sea estar vivos, y en realidad muchos sobreviven en un día a día que no disfrutan, ni aprecian ni aprovechan.

Enfrentarse a la idea de la muerte no es sencillo ni agradable, desde luego, pero a veces sirve como recuerdo de que nuestro paso por la Tierra es temporal, que hay que hacerlo con los cinco sentidos y que es mejor ser un intensito que un zombi.

No vamos a salir mejores, los informativos dan fe de ello a diario. Botellones, fiestas patronales, celebraciones de títulos deportivos...Como si no hubiera pasado nada, como si las 45.000 mil ausencias no pesaran. Me conformaría con que saliéramos más conscientes, receptivos, lúcidos.

Será que en este lunes necesito un poco de fe en la Humanidad, aunque las pistas lleven a otras conclusiones. Empiecen por verse hoy, por mirarse hacia adentro, sin ruidos ni distracciones, y analicen lo que ven. Y ya me cuentan, si es que no les da miedo. ¿Han salido mejores?

* Periodista