Hoy 15 de febrero, conmemoramos el Día Internacional del Niño con Cáncer y ¿sabes qué?: mis padres han vuelto a sonreír.

Porque tiempo atrás les notaba muy tristes. Más que preocupados, tristes..

No recuerdo muy bien cuándo detectaron mi enfermedad, porque ya hace unos años, pero sí cuándo comenzó el ajetreo de un lado para otro.

Me llevaban y me traían a Badajoz y, en unos días, me llevaron a Madrid. Y lo de Madrid era una lata porque estaba más lejos de mis abuelos, y de mi hermano y de mis amigos, pero también es cierto que había más niños como yo y lo pasábamos muy bien, porque había sitios para nosotros, con muebles para nosotros, con juguetes- con muchas cosas para pasarlo bien mientras nos curaban. Y había muchos médicos y otras personas vestidas de blanco, que nos cuidaban todo el día, y había muchos padres que estaban ya contentos y que se iban a llevar a su hijo a casa porque ya había pasado todo.

Y yo les preguntaba por qué no había esto en Badajoz y me contestaban que pronto lo habría. Que cuando yo me curara ellos iban a hacer lo posible para que así fuera. Pero yo les seguía viendo preocupados. No tristes como al principio. Estaban más tranquilos, pero seguían serios. Y llegó el gran día, después de bastantes malos, en que la sonrisa de mis padres les llegaba de oreja a oreja. Y la emoción de mis abuelos y sus bonitas lágrimas al verme llegar a casa. La gran tormenta de la enfermedad, que llamaban cáncer, había pasado.

Y mis padres cumplieron lo que me dijeron. Comenzaron a luchar para que en Extremadura hubiera las mismas cosas que en las grandes ciudades. Y visitaron a los políticos, que dicen que son gentes que lo pueden todo. Y a médicos. Y a amigos.

Con un grupo de amigos hicieron la Fundación ICARO, para conseguir todas estas cosas. Y la fundación (que me han dicho que es como un pájaro) se ha echado a volar, con la ayuda de unos cuantos, para ver si consigue la ayuda de todos, para que los niños con cáncer no se tengan que ir de nuestra tierra, para que sus padres vuelvan a sonreír-