THtan abandonado este mundo con sólo unos días de diferencia. Mi prima fue todavía a decirle adiós, y sentada en una silla nos vio desfilar a la familia con la mirada ausente, ante aquél al que decía adiós sin todavía creérselo. Apenas terminada la guerra se casaron en la misma casa donde yo nací, pues mi familia siempre fue muy casera, hasta el extremo de que mi abuela materna, Camila, nunca salió de casa desde que mi tía Conchita muriera con nueve meses al caérsele de los brazos a la niñera en el paseo de San Francisco. Ese estar en casa lo heredaron mis primos ya avanzada su vida, cuidando a mi tía Ana, que fue hada protectora mía y de mis hermanos, que cuando nos poníamos con calentura, mi tío Aureliano no permitía que nadie que no fuera él pasara en la cama el sarampión con nosotros.

La llegada de mi primo a visitar por primera vez a mis tíos, fue un acontecimiento tan excepcional, que mi prima me hizo una camisa y unos pantalones azules y me obligó a lavarme las orejas seriamente, y nos prohibieron terminantemente correr por el pasillo interminable. Ese día brincaron nuestros corazones de forma inusual. Mi nuevo primo tenía un aire profesoral de Yale, con tintes de jugador de tenis inglés de principio de siglo XX. Siempre los quisimos y hasta los admirábamos. Gracias a mi primo leí las primeras novelas de Zane Grey y las inolvidables revistas de Mecánica Popular y sus inventos. Con uno de esos inventos intenté yo un día hacerme invisible. Mi prima, además, hacía un gazpacho fantástico, y sus empanados eran únicos, como sus huevos moles.

Hoy, que ya no está con nosotros, creo que ya está todo listo para que yo pueda partir también.

*Escritor