Los bancos, esas hermanitas de la caridad que rescatamos entre todos de una crisis en la que nos habían metido ellos mismos, van a cobrarnos una comisión anual de unos ochenta euros por el simple hecho de tener una cuenta.

Aunque parezca mentira, lo hacen siguiendo la ley que regula el derecho universal al acceso al sistema financiero, o sea, la protección para que ningún ciudadano de pocos recursos o escasa rentabilidad quede fuera de la trituradora económica. Todos los bancos tienen que ofrecer una cuenta de pago básica, pero se ofrecía la posibilidad de que fuera gratuita o con comisiones, opción que ha elegido este gobierno nuestro, siempre tan preocupado por el bienestar social.

Ochenta euros así, en principio, no parecen muchos, no llevan a ningún sitio. Solo son la gota que colma el vaso de un sistema deshumanizado que busca el beneficio a toda costa.

Los de las preferentes y los productos financieros que esquilmaron a tantos jubilados, los adalides de los desahucios que no dudaban a la hora de firmar hipotecas para la eternidad y el más allá, los que cerraron el grifo de los créditos mientras se aumentaban el sueldo y jugaban con tarjetas de todos los colores, ahora vienen a cobrarnos por confiarles nuestro dinero.

Son los mismos que cierran oficinas en los pueblos y en los barrios, los que dejan sin servicio a muchos ancianos que no pueden desplazarse para controlar sus ahorros de toda la vida.

Ochenta euros no son mucho, no. Todo depende de cómo se mire. Una cena. Una compra. El dinero para toda la semana. El precio de una excursión que unos padres no pueden pagar. Casi la décima parte del salario mínimo en España.

En otros países, el gobierno obliga a los bancos a no cobrar comisiones. Aquí, por el contrario, se ha favorecido que vuelvan a cobrarnos por ingresar nuestro dinero.

No es mucho, no, vuelvo a repetir. Una gota más en la miseria moral. Un arañazo, apenas una rozadura que añadir a la herida causada por los que proclamaban que nuestro problema era que vivíamos muchos años, o que la solución de los pensionistas pasa por vender su casa.

Cenizas de la miseria humana, pavesas, brasas en las que ojalá prenda de una vez la chispa que acabe con este sistema miserable en el que no quiero ver crecer a mis hijos.