WLw a decisión del Gobierno español de participar con un número significativo de hombres y mujeres en la fuerza de interposición de 15.000 soldados que las Naciones Unidas desplazarán al Líbano es una de aquellas raras ocasiones en las cuales los partidos prestan su apoyo unánime. De ahí que resulten improcedentes algunas maniobras orientadas a sacar ventaja política de una decisión que, aunque técnicamente no lo sea, a ojos de la opinión pública reúne todas las características de una misión humanitaria encaminada a evitar más sufrimientos a los ciudadanos libaneses e israelís, víctimas indefensas de la guerra de los 30 días. La importancia de la misión se compadece mal con las técnicas de márketing.

Más importante es, sin duda, que el envío del contingente español responda a un mandato claro y preciso, que establezca los límites de actuación del cuerpo expedicionario de la ONU y los márgenes de maniobra. La historia de los cascos azules abunda en episodios en los cuales la indeterminación del mandato ha condenado a los soldados a ser meros observadores de los desmanes de bandos enfrentados. Esta situación no debe repetirse en el Líbano, donde la continuidad del alto el fuego depende en gran medida de que las tropas de la ONU tengan capacidad ejecutiva sobre el terreno. Si, como se dice con frecuencia, un Ejército no es una oenegé, en esta misión es más necesario que nunca que se cumpla esta afirmación.