Si hay algo irrebatible en el difícil arte de solucionar problemas --la política debería ser eso, en gran parte-- es que sin un buen diagnóstico no hay resolución posible. Observando el comportamiento de algunos actores políticos tras el 20-D, se me hace realmente muy difícil comprender la tozudez en el error.

"La nueva política ha llegado y nadie sabe cómo ha sido". Me imagino a líderes y lideresas dando vueltas sin rumbo por sus despachos cerrados repitiendo esa frase obsesivamente como Jack Nicholson en El resplandor de Stanley Kubrick . El tsunami ha arrasado ya media playa y aún hay quien reza para que no llegue a la costa.

Solo así puede comprenderse que la estrategia de un gran porcentaje del arco político (PP, Ciudadanos y una parte del PSOE) sea aislar a Podemos, lo que para ellos significa negarle el papel de interlocutor político que la ciudadanía le ha concedido con algo más de cinco millones de votos.

Primero despreciaron el 15-M y les dijeron que montaran un partido; cuando lo montaron, hicieron como que no existía hasta que logró más de un millón de votos en las elecciones europeas de 2014; después les abocaban a ser una anécdota en la política española mientras llegaban a ser primera fuerza en intención de voto; luego impulsaron Ciudadanos para tratar de quitarle parte del voto indignado y, ahora que tienen cinco millones de votos reales, pretenden decirles a esos cinco millones de españoles que su criterio no cuenta. Que se vayan al rincón.

Aparte de un preocupante talante antidemocrático en la persistencia de esta actitud, subyace la más sorprendente incapacidad de análisis político que yo he presenciado desde que tengo uso de razón. Por lo uno y por lo otro, quienes sobran en la política española son, en mi opinión, quienes se atrincheran en tales criterios.

El 20-D dejó un mensaje inequívoco: os toca entenderos para cambiar esto. Es decir, queremos que esto cambie y queremos que cambie obligándoos a que dialoguéis. Alguien ha debido entender: queremos que nadie dialogue con Podemos para que todo siga igual. Fíjense en el dislate demencial del diagnóstico. Y cuando digo demencial quiero decir: de locos, de gente que ha perdido la capacidad de razonar.

Sin dejar de ser preocupante, parecería lógico que esa sea la postura de los siempre reaccionarios poderes económicos, de sus medios de comunicación afines, del partido clásico que ha defendido sus intereses (el PP) y del partido nuevo que ellos mismos han creado (Ciudadanos). Que lo defiendan sectores del PSOE solo es posible por intereses espurios o porque el partido se encuentra en estado de coma político; o ambas cosas.

A Podemos no se le puede parar aislándole porque Podemos es mucho más que un partido político. Podemos es la encarnación de un estado de ánimo que se resume fácil: estamos hartos.

Estábamos hartos en 2011, en 2012, en 2013, en 2014 y en 2015. Seguimos hartos en 2016 porque después de decir alto y claro que estamos hartos no ha cambiado nada. Nada de lo esencial. Y ese estado de ánimo colectivo es como un tsunami que lo arrasará todo mientras nada de lo esencial cambie.

¡El problema de España no es Podemos! Increíble, ¿verdad? Parece sorprendente que no me avergüence escribir esta obviedad. Pero resulta que hay quien piensa que los españoles somos idiotas. Pues no, señores, el problema no es Podemos. El problema es la inaceptable situación política que provocó el nacimiento de Podemos.

Podemos existirá mientras perviva esa inaceptable situación. Parece sencillo, ¿verdad? Pues para algunos no debe serlo. ¿Qué ocurrirá, entonces, si siguen aislando a Podemos? Sencillo también: que incluso quienes nunca se han planteado votarles, les acabarán votando. Cuanto más se arrincone a Podemos, más crecerá.

A la derecha esto no le viene mal: su voto es muy robusto, su electorado premia el alejamiento de Podemos y en el fondo les da igual que su rival sea Podemos o el PSOE. Pero que en el PSOE haya quien defienda esto, solo puede ser porque pretenda el hundimiento completo del partido para investir a alguna salvadora, o porque no le parece tan mal que la derecha salga beneficiada.

La tercera opción, la de la ceguera política más incomprensible, es mi preferida, pues la salvadora no podrá hacer nada con lo que ya no podrá ser salvado, y la beneficiada derecha que ahora flirtea con el PSOE tendrá un nuevo interlocutor político.

Hay que dudar mucho en este tiempo de incertidumbre, pero hay algunas certezas. Una de ellas, que los tsunamis se pueden prever pero no parar. Otra, que los actuales líderes del PSOE --desde 2011 a 2015, desde Finisterre a Gibraltar-- no pasarán a los libros de historia a no ser por convertir al partido en algo irrelevante, cosa que aún no es descartable.