La época del victimismo va llegando a su fin. Atrás quedaron aquellas sombras que arrastraban a los extremeños hacia la inseguridad y el desasosiego. A pesar de todo, aún subsisten realidades manifiestamente mejorables, estadísticas que se empeñan en demostrar lo contrario, pero aquellas reivindicaciones de otro tiempo suenan ya a música olvidada, a un rancio y anacrónico modo de interpretar la realidad. Es cierto que en otros lugares sienten un mayor aprecio por lo suyo, que construyen símbolos a partir de elementos autóctonos y que creen en ellos con una fe ciega y los apoyan y los elevan a la categoría de mitos identitarios; eso aquí no pasa, aquí para creer en algo o en alguien es necesario tener primero el respaldo otorgado en el exterior, como fieles continuadores de aquella expresión inequívoca de que nadie es profeta en su tierra.

Para constatar el nivel de progreso de una sociedad, no es preciso basarse en datos cuantitativos macroeconómicos, ni contabilizar el número de profesionales pertenecientes a los diversos sectores, ni inventariar las cifras de producción a de consumo; una sociedad avanza cuando aumenta el número de sus jóvenes emprendedores, cuando alguien desde el ámbito profesional, empresarial o académico, da un paso adelante, cuando se destina un importante porcentaje de recursos a la formación y a la investigación, cuando se adaptan las enseñanzas universitarias a las necesidades reales de la sociedad.

XOTRA FORMAx de constatar el progreso es la de mirarnos en el espejo de la autocomplacencia, hasta llegar al convencimiento de que hemos pasado de ser una lacra, a ser parte sustancial en el entramado nacional; no hay acontecimiento que se precie, ya sea deportivo, cultural y artístico, en el que no participe algún representante de nuestra tierra, el caso más reciente lo tenemos en el jugador de baloncesto José Manuel Calderón, un joven que pasea el nombre de Extremadura por la NBA, titular indiscutible de nuestra selección nacional, considerado por López Iturriaga como el mejor en su puesto entre todos los componentes de las diferentes selecciones que participan en el mundial de Japón.

Desde las instituciones esta vez han estado diligentes a la hora de concederle la Medalla de Extremadura en reconocimiento a sus méritos. Ya empieza a suceder que los niños extremeños lleven la camiseta tatuada con su nombre y dicen querer ser de mayores como Calderón, como en otras ocasiones emularon a toreros o a futbolistas importantes. Aún sin conocerlo personalmente, se adivina en él una aparente coherencia, una cortesía innata, una personalidad forjada en el tesón y en el esfuerzo, como alguien a quien el éxito no le ha pillado por sorpresa, ni la gloria le ha hecho cambiar, y continúa siendo el joven aquel que. con los ojos henchidos de sueños, veía la noche llenarse de estrellas sobre el cielo de la cancha del Doncel de La Serena, en su Villanueva natal.

Por lo que hasta ahora se ha podido comprobar, es posible que la selección española de baloncesto haga un digno papel en la presente edición del mundial, y que por fin podamos ver ondear nuestra bandera y escuchar nuestro himno, pero aunque esto no fuera así, los jugadores han hecho méritos suficientes para pasar a la historia de este deporte, porque han sido capaces de hacernos creer en el valor del esfuerzo y del compañerismo, y de que sustituyamos, por un tiempo, de nuestras mentes la amarga imagen de un verano plagado de unas guerras llenas de patéticos errores, un verano que nos ha traído el desastre ecológico de una Galicia sometida a la negrura de una nueva catástrofe, junto a la oleada interminable de cayucos que llenan de desconcierto las costas canarias, o la fijación de unos políticos que pretenden la normalización de un territorio sin saber el precio que están dispuestos a pagar a cambio, o la pretendida ubicación de un cementerio nuclear como la única esperanza que le queda a unos pueblos, que sienten que se les escapa el último tren del progreso, o la imagen de un Fidel que se desmorona silenciosamente en un hospital de la Habana, mientras no muy lejos, otros festejan como en un doliente sarcasmo la idea de su muerte, o las miles de palabras vertidas en relación con una trama que asola los cimientos morales de la ciudad de Marbella.

Porque asistimos a una realidad convulsa y las palabras tienen un valor relativo, porque somos hijos de una sociedad egoísta y despiadada, adquieren en estos finales de verano una mayor relevancia gestos como los de Calderón y sus compañeros; se trata de deportistas que, a pesar de estar forrados de dólares, utilizan su tiempo, su empeño y su garra en la defensa de unos colores, y esto en los tiempos que corren es de agradecer.

*Profesor