Para confirmar la evidencia de que se trataba tan solo de una iniciativa electoralista con la vista puesta en el 10-N, la moción de censura presentada por Cs contra Torra derivó en un enfrentamiento del partido de Rivera con el PSC, intermediario del objetivo final, el PSOE. Sin sorpresas, la moción fracasó al logar solo 44 votos (Cs y PP) frente a los 76 contrarios (Junts per Catalunya, ERC, CUP y Comuns). El PSC se abstuvo. La nueva portavoz de Cs, Lorena Roldán, dirigió sus dardos contra Torra, pero también contra Iceta, quien llegó a ironizar al preguntarse si la moción no iba en realidad contra él. El argumento principal para atacar al PSC fue que, al no alinearse con los constitucionalistas, se convertía en «cómplice» de Torra, pero, como recordó Iceta, aunque los socialistas hubieran votado a favor de la moción, la censura también hubiese fracasado por la aritmética parlamentaria. Este razonamiento, que utilizó Arrimadas para no presentarse a la investidura pese a ser el partido más votado en las elecciones de diciembre del 2017, fue menospreciado ahora por Roldán, al asegurar que lo importante no era el triunfo de la moción, sino la suma de los constitucionalistas. El portavoz de ERC tampoco obvió el 10-N y dirigió sus ataques al PSC con el propósito de impedir que de las próximas elecciones generales pueda salir un pacto entre el PSOE y Cs. En el fondo, la iniciativa ha sido un regalo a Torra, que ni siquiera tuvo que intervenir y delegó la réplica a Roldán en la portavoz del Govern, Meritxell Budó, quien no se ruborizó ni cuando acusó a Cs de utilizar las instituciones para fines partidistas, algo sobre lo que los partidos independentistas no pueden dar precisamente lecciones.