Director editorialdel Grupo Zeta

Ahora que Cataluña está siendo el epicentro informativo nacional, con fuertes e intencionados movimientos sísmicos provocados por la formación de un nuevo Gobierno autonómico, radicalmente distinto a la Administración que ha gobernado esa comunidad durante 23 años, conviene recordar que la política catalana ha sido, durante más de dos décadas y por muy distintos conceptos, un modelo realmente atractivo para el resto de España. Llegada, pues, la hora de la alternancia al frente de las instituciones de autogobierno, debe afirmarse más que nunca que seguir construyendo un país es una tarea que obliga a todos y que aconseja a unos y a otros a ser respetuosos con los ritos democráticos y fieles a un estilo propio de hacer política.

La grandeza de la democracia --ya lo decía Karl Popper-- reside justamente en la capacidad que el ciudadano tiene para nombrar y deponer a los gobernantes. Ninguna otra característica define mejor a un Estado de derecho moderno. La posibilidad que tiene la sociedad de propiciar el relevo de quienes les sirven al frente de las instituciones es, sin duda, su herramienta más relevante y más eficaz.

En este contexto, lo más genuino del quehacer político catalán en los últimos 20 años ha sido el prolongado predominio del nacionalismo moderado al frente de las instituciones de autogobierno, compensado sabiamente con una presencia, no menos permanente, de la izquierda socialista al frente de importantes municipios de todas las provincias catalanas. Ese reparto de papeles hay que interpretarlo como algo fecundo para el progreso de Cataluña y satisfactorio para un votante lleno de sentido común y de una sagacidad cívica que sólo está al alcance de los pueblos antiguos.

La construcción de la sociedad catalana en las tres últimas décadas ha sido, en consecuencia, una obra plural, de múltiples aportes, en la que todas las ideologías han contribuido, en mayor o menor medida, de forma ejemplar. Este ir a lo fundamental --sacar adelante la tarea encomendada, aquí y ahora, sin dejarse despistar por lo que separa-- ha sido seguramente la mayor aportación de los catalanes al común acervo político peninsular.

La moderación y sentido del equilibrio de unos, la sensatez y sentido de Estado de otros, se han combinado habitualmente para sacar adelante de forma impecable proyectos de desarrollo y para trazar caminos de progreso. Esa forma de actuar, tan envidiada como necesaria en la Cataluña moderna, sigue siendo una vez más imprescindible en el momento actual.

El relevo político que ya se ha iniciado debe ser ejemplar y modélico, de acuerdo con la liturgia más pura e íntegra de un sistema democrático consolidado. La ocasión y el oponente político lo merecen. El nacionalismo moderado ha escrito globalmente una página relevante de la historia de Cataluña, con luces y sombras, como suele corresponder a toda gestión política, y ése es el legado que recibe la izquierda que ahora accede al máximo poder institucional.

Lo conseguido por Jordi Pujol y su coalición merecen, de entrada, el respeto y el reconocimiento de catalanes y españoles, aunque pueda haber discrepancias en los matices. Es el mismo respeto y generosidad que se merecen también de entrada los nuevos inquilinos del palacio de Sant Jaume. Pasqual Maragall, Josep Lluís Carod-Rovira y Joan Saura, los principales protagonistas de una nueva etapa en la Generalitat, tienen ante sí una tarea apasionante, en la que todas las manos y todas las voluntades seguirán siendo necesarias.

Tender puentes a la concertación y al diálogo y levantar vías transitables para todos los catalanes, cualquiera que sea su ideología, es ahora responsabilidad de estos nuevos gobernantes, que no son precisamente unos bisoños en la gestión pública. De su capacidad de unir para seguir avanzando, de su clarividencia para aportar a España mucho de su quehacer político y civilidad mediterránea desde el prisma de la solidaridad, depende ahora un modelo político propio que, por el bien de todos, catalanes y españoles, deseamos que siga teniendo el mayor de los éxitos.