En el debate sobre las fórmulas para frenar la abstención se está filtrando un discurso que en ocasiones oculta un cierto anhelo de modelo bipartidista. Una intención legítima pero sospechosa porque no se explicita en esos términos. Lo hace, en cambio, con la pretendida expectativa de favorecer la gobernabilidad y una presunta justicia distributiva para los partidos de implantación en todo el Estado que, como Izquierda Unida, sufren el rigor de una realidad territorialmente minoritaria diluida en las diferentes circunscripciones electorales por el efecto de la ley D´Hont.

Es curioso que, precisamente, sea el ejemplo de IU la que se esgrima desde la derecha para sugerir la subsiguiente reforma electoral que pretendidamente buscaría primar la realidad de ese millón largo de votos en todo el Estado, infrarrepresentados respecto a los resultados territorialmente concentrados aunque menores en número de los partidos nacionalistas.

XOTRAS VOCESx son más claras respecto de la vocación última de las reformas propuestas, que no tienen que ver con incentivar la participación. Son las que hablan abiertamente de aliviar el impacto que sobre la actividad política tienen los partidos nacionalistas.

Esta intención última se percibe en la mayoría de los discursos en la medida en que las argumentaciones que justifican la necesidad de una reforma electoral se basan en silogismos falsos. Está en primer lugar el que defiende un sistema electoral mayoritario en lugar de proporcional. La equivalencia que lo justifica es la experiencia de que los países que lo contemplan gozan habitualmente de mayorías amplias en el sustento de sus gobiernos. Y es cierto, habitualmente. No va esto a facilitar, sin embargo, la representación en el legislativo de esas formaciones de implantación estatal cuya representación electoral se ve ya mermada por el sistema de circunscripciones. IU sería, con su millón de votos, fuerza extraparlamentaria, pero los partidos nacionalistas pasarían la factura del sistema mayoritario al resto de formaciones en su circunscripción. Porque los ejemplos citados también ofrecen un panorama político concentrado en dos o tres partidos (Reino Unido o Estados Unidos) y no uno con realidades sociopolíticas territoriales que hay que armonizar. Sin contar con el debate de raíz ética que, por ejemplo, en Francia se atisba cada vez con más nitidez respecto a la realidad reiterada de que habitualmente cuatro de cada diez votantes no se vean representados en las instituciones. No es un incentivo a la participación en los canales democráticos.

La otra formulación que suscita cierto debate es la teoría de la circunscripción única, al modo de las elecciones europeas. Sin embargo, esta es una propuesta que pierde apoyo en la voz que la propugna en la medida en que comprueba que su coste lo pagarían los grandes partidos. El experimento es sencillo. Basta con tomar los resultados de las últimas elecciones generales y tratarlos, con los criterios de la ley D´Hont, a una circunscripción única estatal. Efectivamente, el efecto de ese modelo haría justicia con el volumen de voto de IU, que pasaría de 5 a 18 diputados.

De hecho, este modelo, en la medida que proporcional, tiene el efecto contrario del buscado en cuanto a concentración de la representación en el legislativo. Los dos partidos llamados a gobernar, PP y PSOE, suman actualmente 312 de los 350 escaños del Congreso; el modelo de circunscripción única les dejaría en 286. El modelo podría ser incluso aplaudido desde las formaciones nacionalistas o regionalistas a pesar de su presencia territorializada, ya que la balanza con las fuerzas de ámbito estatal se corregiría a su favor (33 escaños suman en el actual Parlamento y 46 alcanzarían en el hipotético).

De modo que, volviendo al origen del debate, que no debería ser otro que el de la participación ciudadana en la vida política por la vía de las urnas, el fondo del problema no reside en el modelo electoral (si bien uno de listas abiertas puede propiciar un cierto grado de identificación superior con los electos, aunque también hay un punto de falacia en este extremo dado que, con la salvedad de las elecciones municipales, la representatividad del individuo no trasciende nunca a la del partido que lo presenta).

Antaño, cuando en la Liga se veía un fútbol ramplón y cicatero, se decidió incentivar el fútbol de ataque con tres puntos en lugar de dos por victoria. Eso no ha impedido que en la última Liga se hayan seguido viendo equipos que meten pocos goles, dan escaso espectáculo y especulan con el empate, que no deja de ser un punto. El buen fútbol tiene más que ver con la calidad del juego desplegado y el acierto de las propuestas futbolísticas de cada sistema. Pues no nos engañemos: en las elecciones también son más activadoras del voto un conjunto de propuestas ilusionantes y que susciten adhesión que un modelo de recuento que prime uno u otro perfil de representación. Lo demás son trampas en el solitario.

*Periodista