El 28 de abril el pueblo español ha hablado alto y claro, dando su apoyo mayoritario a la opción política que en estos momentos podía ofrecer más estabilidad.

El PSOE, único partido estatal que ha sobrevivido a todos los avatares de la historia, ha sido un valor refugio de la democracia española en momentos de emergencia nacional: así ha sido tras la intentona golpista de Tejero y la debacle de UCD en 1982 o a raíz del mayor atentado terrorista de Europa, el del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Ahora también la ciudadanía ha acudido a él para conjurar la amenaza del retorno de los fantasmas del pasado encarnados en Vox. Pero Pedro Sánchez no debe equivocarse: buena parte de tantos millones de españoles que le han otorgado su confianza lo han hecho con el deseo de huir de cualquier extremismo, huérfanos en esta ocasión de otro partido de centro válido al que acogerse. Sería un error por su parte interpretar los resultados como un cheque en blanco para entregarse a aventuras radicales.

Es posible que el ciudadano medio sea en nuestro país propenso a la socialdemocracia de corte europeo, pero esto mismo significa que lo que demanda de los poderes públicos es moderación.