En escena, el condestable don Pero, vestido como gran señor al estilo medieval. Está sentado y tamborilea impaciente en el tablero de una mesa redonda. Al rato, por la izquierda, entra el marqués de Gauche, don Saulo, ataviado con armadura y espada al cinto:

--«Perdonad este retraso, don Pero, mas en camino me increpó cierto vecino exponiéndome su caso.»

--«Don Saulo, estáis perdonado. Ya se sabe que la gente, sobre todo la indigente, tiene un punto exagerado. Total por tres milloncillos de parados registrados, hipotecas, desahuciados y unos cuantos impuestillos…»

Suenan unos golpes y asoma la cabeza por un lateral un joven en atuendo de juglar, con su vihuela a la espalda. Don Pero le saluda:

--«Entrad, Ferrejón, entrad, doncel de la Progresía, y en este escaño sentad justo a la verita mía. Y ya que estamos los tres miremos nuestro negocio, pues yo necesito socios, cosa de enorme interés. Para tomar la Moncloa es preciso vuestro apoyo que será tal que un arroyo por do bogue mi canoa. Y cuando esté en el gobierno, con muy refinadas formas, prometeré mil reformas de talante muy moderno: leña gratis en invierno, vacaciones en la playa, trajes en vez de la saya y pondré fin al infierno de impuestos y de gabelas. Para quien tenga dos hijos, puestos de trabajos fijos; y a los abuelos y abuelas se les dará mil ducados cuando cumplan los cincuenta y otros ochenta o noventa por cada mes caducado. En cuanto al reino de Hispania, comprenderá diez naciones, trece feudos, seis cantones y si se tercia… Aquitania.»

Ferrejón, admirado, inquiere a don Pero: --«A fe que suena muy bien ese discurso admirable, mas, decidme, condestable ¿tanta reforma fetén, en qué dineros se apoya? ¿Hay oro que la sustente? ¡O es fruto de una imponente e improvisada tramoya?

--«No os inquietéis, buen doncel que ya Moisés recibió cuando el desierto cruzó un maná que supo a miel. Pues de forma similar la Providencia divina nos lloverá plata fina en lingotes que acuñar. Y si no, queda el recurso de que la deuda de Estado aumente, como ha engrosado la labia de mi discurso.»

En ese momento interviene don Saulo: --«Y el apoyo que pedís ¿a cambio de qué prebenda? ¿Qué recibirá este menda? ¿Y este cantor de Madrid?»

--«Pues la gran satisfacción de propiciar un gobierno progresista y posmoderno y quizás algún sillón, algún puestecillo honroso en la Administración Central. Algo que no cuadre mal con mi linaje pomposo. Y para el fiel cantautor un título nobiliario que premie su extraordinario candor tan madrugador: será desde la mañana de palacio el trovador. Y además, un gran señor: el vizconde de la Pana.»

Al oír esto, don Saulo reacciona muy enfadado: --«Voto a tal, señor don Pero/ que no me conformo, al menos/ con ser visir, y Podemos/ mis huestes y yo el primero/ dejarle en este combate/ más solo que está la una/ en el reloj que a la luna/en esa hora debate.»

Justo en ese momento, de entre el público, un actor camuflado con aspecto de hombre de pueblo, aparenta interrumpir la escena y grita a todo pulmón: «Nos vendieron el sainete como riguroso estreno y este yo lo he visto al menos seis veces y esta es la siete.»

Los actores simulan que no entienden bien lo que se les protesta. Don Pero, alterado, comienza a declamar: «Cuál gritan esos malditos, pero mal rayo me parta si en acabando esta carta…» y es interrumpido por don Saulo que le dice: --«Tenéos, don Pero, por Dios, que plagiáis un triste drama que en otro siglo a una dama y a un don Juan de muchas camas escribirá cierto autor.»

--«Es que en esto de copiar, don Saulo, soy tan experto que aunque ya estuviera muerto encontrara qué plagiar.»

El público, muy cabreado, abandona el teatro mientras cae, entrecortadamente, el telón.

*Catedrático de instituto jubilado.