XNxo acabo de entender por qué los sindicatos, al menos los que dicen que son de izquierdas y progresistas, no convocan ya una manifestación a favor de la enseñanza pública.

A mí me parece terrible que en este país los obispos convoquen manifestaciones para apoyar la enseñanza religiosa y que los sindicatos se queden de brazos cruzados, mientras asistimos atónitos al funeral de la enseñanza pública. Si en educación ha habido alguien beneficiado en estos últimos años, tanto por el PP como por el PSOE, ésos han sido los colegios religiosos y los que pertenecen a ese eufemismo engañoso que dice llamarse enseñanza concertada, y que en palabras correctas debería llamarse enseñanza privada pagada por el Estado.

Desde los tiempos ilusos de Felipe González , que dijo que iba a hacer mucho y no hizo nada, los colegios privados han ido ganando terreno a los públicos y hoy éstos ya no se parecen en nada a lo que fueron. Y mucho menos a lo que algunos quisimos que fueran.

La enseñanza pública, no tardando mucho, acabará siendo enseñanza simplemente asistencial: para los pueblos, lugares adonde no llegan los colegios religiosos --no deben de ser dominios del Señor--, y para los barrios obreros y suburbios de las ciudades. Los colegios religiosos se construyen ahora en los alrededores de las zonas residenciales de los pijos y de los nuevos ricos que juegan al golf.

No nos tenemos que ir muy lejos si queremos ver cómo han ido cambiando los edificios de los colegios e institutos de la llamada enseñanza concertada con respecto a la evolución de los edificios públicos. En los últimos años apenas se han construido colegios públicos en las ciudades y los que hay se están cayendo de viejos. Invito a quien quiera comprobarlo a que se dé una vuelta por cualquier ciudad extremeña y los compare.

Los gobiernos de izquierdas no han sabido poner a la Iglesia en su lugar. No han tenido redaños (seamos en esto también eufemísticos), a pesar de que sí tenían los votos del pueblo. De la misma manera que no pusieron en su sitio ni a los grandes empresarios ni a los banqueros. La izquierda de este país hizo siempre la misma política de la derecha, por eso casi no se nota si están los unos o los otros. En educación, al menos, no se nota. Todo lo convierten en un enfrentamiento más teórico que práctico, que acaso les dé algún voto de más o de menos en las elecciones, pero que de ahí no pasa.

Llevo más de veinte años trabajando en la enseñanza pública y jamás vi que un solo alumno dejara de ser atendido si quería recibir enseñanza religiosa. En cambio, he conocido algunos centros públicos donde los alumnos que no querían recibir clases de Religión tenían que salir del aula.

La culpa de que los obispos se manifiesten ahora la tienen los que no supieron defender lo que tenían que haber defendido desde el principio: la enseñanza pública. Y se aliaran en unos pactos que nadie entiende (salvo los interesados) para justificar que muchas personas con actitudes racistas se refugiaran en los centros que los protegerían de gitanos, inmigrantes, niños con deficiencias de aprendizaje o simplemente procedentes de los suburbios. Porque en realidad la clase de Religión es lo de menos, no es más que un arma arrojadiza que esgrimen los unos y los otros para justificar el desaguisado educativo que vivimos ahora en España. No se trata tanto de la clase de Religión como de la diferencia de clase.

Ahora es el momento, si es que todavía nos preocupa de verdad este problema, de salir a la calle para que se enteren los seguidores de los obispos de que todo el mundo tiene derecho a la educación (y para eso está el Estado, para que todos podamos tener una enseñanza pública de calidad, obligatoria hasta los dieciséis años, y gratuita).

Pero quien quiera una educación diferente, debe pagarla. De la misma manera que algunos pagan todos los meses la cuota del club de golf. Y eso es lo que hay que decirle ya de una vez por todas a la Iglesia. Como ciudadano defensor de la Enseñanza pública, pienso que ahora es el momento de que los sindicatos digan de una vez por todas a quiénes representan.

Y es también el momento de salir a la calle, para que quienes no pensamos igual que los obispos podamos expresar libremente nuestro apoyo a la enseñanza pública. Pero me temo que los líderes de los sindicatos de izquierdas no estén por la labor. Quizás algunos lleven a sus hijos al Sagrado Corazón o a Las Carmelitas. Lo cual no es malo, desde luego, pero sí es contradictorio.

*Profesor y escritor