XYx llega la Navidad y con ella los villancicos de siempre, la música de siempre, los adornos de siempre, los Papá Noel de siempre, los anuncios de siempre, las loterías de siempre, las ilusiones, no sabemos de qué, pero también de siempre, las uvas de siempre, los polvorones de siempre, los turrones y demás comidas y bebidas de siempre, los portalitos de Belén de siempre y muchas cosas más, imposibles de plasmar en una sencilla cuartilla sin más pretensión que la de dejar un pensamiento escrito.

No está en mi ánimo rodear esta reflexión de falsos remordimientos, pero no puedo resistirme a escribir sobre tanta, voy a definirlo, por no ser un poco dulce como el polvorón de la época, paradójicas hipocresías de la vida.

Las noticias de todos los desayunos vespertinos son más que ilustrativas para recordar dónde y de qué manera nos encontramos.

La guerra de Irak continúa bajo formas de espectáculo sangriento.

Bombas que suceden y descapitaciones televisadas, y la paradoja es que se encuentra en las postrimerías de una campaña electoral, porque supuestamente le han devuelto la democracia, además de los más profundos derechos y libertades. Israel continúa con su genocidio particular paradójicamente auspiciado por los amantes de la paz y detractores del terrorismo.

El sida aumenta de forma alarmante en la población más desfavorecida del planeta. Los medicamentos no llegan a su destino, paradójicamente no por el coste que los mismos suponen, sino porque paradójicamente a lo peor no interesa que lleguen.

Más de la mitad del planeta es aniquilado día a día por la otra mitad que le condena a cadena perpetua de hambre y miseria.

Y la última, es la de un rey de un país de los más pobres y desprotegidos de la ya desprotegida Africa, reducto de la monarquía absoluta en el mundo, que comparte fronteras con Sudáfrica y Mozambique que se autorregala un automóvil de la casa Daimler Chrysler cuyo importe asciende a más de medio millón de dólares, mientras su población tiene un 34% de desempleo, el 40% está por debajo de la línea de pobreza y, por si fuera poco tiene la tasa más alta de sida en el mundo (38%). Se trata del rey Mswati III de Suazilandia, de 36 años. Indudablemente este país suyo aunque su nombre parezca sacado de las películas de Disney, no resulta de interés turístico e internacional para que el jefe de mundo libere a sus ciudadanos de la mente de un desaprensivo. Sin embargo, posee el interés más absoluto y es el manifestado por la propia casa creadora de tan vulgar utilitario, que dice sentirse tremendamente satisfecha porque ello es señal que su mega car está en el mercado y de que el monarca sin ley sea uno de los primeros propietarios de la última oferta de automóviles de lujo de la compañía así como que sus clientes sean gente muy exclusiva. ¡Sin palabras!

Así las cosas, en estas fechas, nos sensibilizamos con aquéllos que no tienen nada y para aplacar nuestras ya maltrechas conciencias les hacemos llegar unas míseras cajas de leche y de azúcar para que las saboreen, sólo las soboreen y una vez culminado el soboreo, vuelvan a su único destino: el infierno. Se puede optar también por entregar un donativo en metálico que se deposita en las famosas cuentas de emergencia que a estos efectos destinan las encomiendas ONG en colaboración con entidades financieras de pro, o apadrinar a un niño entregando la cantidad simbólica de un euro al día.

No creo que exista mayor infierno que cualquiera que los que he citado. No creo que exista peor demonio que este mundo del que todos formamos parte y en el que, como dice nuestro literato José Jiménez Lozano: "se ha puesto de moda reírse de los valores y pisotearlos, llamándolos tiniebla y tenebrosidad. La existencia del mal ha quedado disuelta, ya no existe y estamos en la pura anomia, o sin traba ni ley, ni verdad, ni nada que admirar como no sea el triunfo de lo material".

Esos lugares del planeta que utilizando el muestreo, he citado muy pocos, no se encuentran provistos de materia alguna, y sí de infiernos de llamas y horror. A la mente humana de hoy día no le interesa nada de eso. A la mente humana del momento le queda un día a día diseñado en el presente inmediato, y en ese diseño no está un mínimo examen de aquello que denominamos conciencia.

Sería impensable que si la reflexión formara parte de todos nuestros esquemas cotidianos, el aire que respiramos tuviera las sustancias que contaminan esos mundos que no vemos, y cuanto sabemos de ellos es información sesgada.

Las palabras que Jon Sobrino, jesuita comprometido, pronució sobre la miseria del planeta definiéndola como la macroblasfemia de la humanidad, son absolutamente elocuentes.

Mientras tanto continuamos con los villancicos, los anuncios de colonia cara, los utilitarios que adquiere el monarca absoluto y otros que no son tan monarcas pero que en definitiva ejercemos de lo mismo.

Sólo me queda, y en la parte de responsabilidad que a mí como ser humano me pertenece, descubrirme ante todas aquellas personas que dedican una parte de sí mismas a adorar a otras personas que precisamente no son becerros de oro, sino simplemente aquéllos que padecen las consecuencias directas de que nosotros podamos comer sobradamente, consumir a placer, vivir por encima de todas las posibilidades, y hasta tirar aquello que lamentablemente no nos pertenece y de lo que nos hemos considerado dueños absolutos con arrogancia y la mayor de las hipocresías.

La misma que con horror contemplamos y rechazamos: la del monarca absoluto de Suazilandia.

*Abogada