Desde 1993 el monasterio enclavado en la puebla de Guadalupe es Patrimonio de la Humanidad. Este título se debe a que durante cien años, el viernes, día 7, hizo un siglo, los franciscanos que oran y laboran bajo los muros seculares del ilustre edificio levantado hace siete siglos en honor de la Madre de Dios --éste es el motivo y no otro-- no cesaron en su tarea de trabajar afanosamente por restaurar la casa derruida y recuperar la devoción hacia una imagen sagrada olvidada desde 1835. Hoy, después de los 73 años en que el monasterio fue llevado a las espaldas por unos munícipes y unos curas que lo dieron todo para que no desapareciese y luego con la llegada de los hijos de San Francisco en 1908, el Real Monasterio se exhibe al peregrino y al turista en todo su esplendor, como no lo tuvo antes, ya que al trabajo de los religiosos se ha unido el ministerio correspondiente y la Junta de Extremadura que desde que empezó la autonomía lo tuvo como símbolo del amor del pueblo extremeño; de ahí que la fiesta oficial de nuestra tierra sea cada año el 8 de septiembre; de ahí que el monasterio y sus frailes ostenten la Medalla de Extremadura; de ahí que el ayuntamiento local nombrase hace años a la Virgen Alcaldesa Perpetua y a los frailes Hijos Adoptivos. Todo perfecto.

Pero todo Patrimonio de la Humanidad exige, con mayúsculas, que sus alrededores estén acordes con el edificio patrimonio y que los que acuden a contemplarlo tengan toda suerte de comodidades. Pues bien, esto no se cumple en Guadalupe. Habiendo sitio, que nadie se extrañe, pues lo hay , no se han ampliado los aparcamientos que albergarían a cientos de coches y a decenas de autobuses; los servicios para que los visitantes hagan sus necesidades, salvo los varios que hay a disposición de los que visitan el monasterio, o están cerrados o no los hay; la basura nos invade al igual que las incomodidades y los alrededores de la población no están para ser recorridos por los turistas extranjeros pues los basureros y la falta de limpieza impiden el disfrute de un patrimonio natural totalmente descuidado. Añadan la infrautilización del río Guadalupe y otros varios. Para colmo, el ayuntamiento local no dispone de los cientos de millones de las antiguas pesetas que se necesitan para poner al día nuestro pueblo en ésos y otros aspectos.

Por tanto, el monasterio está como una joya, pero el pueblo, no.

Alguien debe dar la solución a esta triste paradoja.

Carlos Cordero Barroso **

Guadalupe