El consejero de Medio Ambiente, José Luis Navarro, reconoció ayer que la abundancia de ciervos y jabalís en el Parque Nacional de Monfragüe y su entorno está provocando serios problemas a las ganaderías, y que, en consecuencia, va a proponer al Consejo de Caza que modifique la orden de veda para cazar extraordinariamente las especies cinegéticas que son las causantes de la propagación de enfermedades, particularmente la tuberculosis, con el resultado de que se están sacrificando centenares de reses.

Ya era hora. Porque este problema no es nuevo: los ganaderos de la zona aledaña al Parque han tenido que tomar medidas drásticas, como el sacrificio de sus reses (algunas de toros bravos de encaste único) y están cansados de denunciar los daños que están sufriendo sus cabañas como consecuencia de un aumento incontrolado de animales salvajes. Tantos, que algunos biólogos estiman que en Monfragüe sobran alrededor de 7.000 ciervos.

La decisión política de tomar cartas en este asunto y tratar de atajar el problema debería venir acompañada de una auténtica coordinación entre departamentos del Gobierno autónomo. Agricultura, por un lado, y Medio Ambiente, por otro, parecen vivir realidades diferentes y ello ha supuesto el desconcierto en un sector cuyo medio de vida está en juego. El progreso de Monfragüe depende también de que se establezca una convivencia racional entre los diferentes aprovechamientos y recursos existentes en su territorio y en su zona de influencia.