En la otra normalidad tenía una manía que era ir a desayunar a sitios distintos para oír hablar a la gente. Todo periodista que se precie sabe que los paisanos hablan en la barra del bar o en la mesa del café de aquellas cuestiones que les preocupan o les interesan. Ni tele puesta ni redes sociales ni internet, solo conversación, como si se hubiera creado un micromundo particular y de barrio en el que el resto del planeta importara poco. Lo que le ha ocurrido al fulano o al mengano, aquello que han abierto nuevo en esta calle o en la otra, el médico que acaba de llegar al consultorio o un insulto al alcalde o al concejal de turno porque no atiende como debiera a alguna cuestión relativa a la zona. Siempre un guía ojeando, o más bien ‘hojeando’ el periódico local, que no falte, para apuntar información y poco más. Sabiduría popular, el termómetro de cualquier barrio o ciudad, el oasis de la prensa local.

Se echa de menos esa normalidad. Es increíble cómo ha cambiado en panorama de bares y cafeterías. Primero porque muchos de ellos continúan sin abrir a determinadas horas al seguir de ERTE buena parte de sus trabajadores; segundo porque los que lo hacen deben aplicar unas medidas de seguridad que hacen imposible una conversación normal con la mascarilla puesta; y tercero porque la gente o tiene miedo y no sale como antes o lo hace pero ha perdido el interés de las cosas al margen del «monotema», como le llama una camarera salerosa de Cáceres al coronavirus. Ahora en un bar o cafetería pasa como en el trabajo o en cualquier otro sitio de nuestro entorno, solo se habla de positivos y de PCRs y de una pandemia que no acaba de marcharse sino todo lo contrario, parece haber venido para quedarse hasta que le eche una vacuna en condiciones.

Muchos días en el periódico preguntó ¿pero no hay otra cosa para llenar las páginas? Todo es coronavirus: positivos a cientos, brotes a decenas, confinamiento de pueblos, intervenciones de residencias de mayores, recomendaciones, suspensiones de eventos, mascarillas, multas, hospitalizaciones, ucis, muertos, cuarentenas… Sin embargo, al final acabo pensando lo de los bares y las cafeterías y los parroquianos en la barra y me digo a mí mismo lo de la camarera cacereña: el monotema. Y pienso que la mal llamada «nueva normalidad» no era una nueva vida en la que había que andar con cuidado cuando llegara el otoño y se activara el bicho, era vivir con la pandemia a cuestas todo el rato hasta que la ciencia fuera capaz de hacerle frente. Porque parar un país se puede hacer una vez, dos resulta complicado, por no decir imposible, si se quiere seguir manteniendo estándares solventes y competitivos.

Considero que la situación es seria. He vivido casos cercanos que han acabado muriendo, lo que demuestra que esta enfermedad no es un ente ajeno que contagia a otros pero nunca a uno mismo. Por eso, la llamada a la responsabilidad debe ser una constante y habrá que aguantar hasta que logremos salvar el bache.

Nuestra sociedad está tocada y no solo en su salud, sino también en su estado de ánimo. La pesadumbre y la desazón cunde de forma generalizada y eso es un problema añadido en la lucha contra la pandemia. No se recuerda una situación de esta magnitud con tantísimos muertos en tan corto espacio de tiempo y, por ello, deben adoptarse medidas extraordinarias empezando por nosotros mismos y siendo conscientes de que nos la jugamos cada día y en cada momento.

Reconozco que cuando se levantó el estado de alarma me sentí aliviado. Ahora veo que pequé de ingenuo porque llegué a pensar que esta prueba estaba superada, máxime cuando la mayor parte de los expertos decían que lo peor ya había pasado y que si aparecían positivos a mansalva más tarde era porque se hacían pruebas PCR a millares y no solo a los sintomáticos sino también en sus contactos más estrechos que no habían desarrollado la enfermedad.

Ahora cuando veo las cifras de positivos superar la barrera de los 200 diarios me preocupo, pero siempre aparece algún experto para decirme que no hay que alterarse porque el sistema sanitario no está colapsado y puede asumir los casos que lleguen a los hospitales. Pero cuando observo que los ingresos en estos hospitales se han duplicado en una semana y la tendencia es al alza miro a este mismo experto y me dice nuevamente que tranquilo porque las UCIs siguen con una baja incidencia y eso es lo verdaderamente importante.

Entiendo que no hay que perder la calma y saber estar a la altura de las circunstancias, pero la información tiene un problema cuando en una situación límite las previsiones se contradicen, que aparece la desconfianza en el sistema y ya no hay vuelta atrás. Es verdad que siempre le pedimos al que lleva la batuta un pronóstico: hasta cuándo va a durar esto, cuándo va a estar la vacuna, en qué momento vamos a llegar al pico de la curva en esta nueva ola. Y la tentación es decir lo que la gente quiere oír, pero seamos claros: nada molesta más que una mentira o una verdad a medias. Hay que ser realistas y decir la verdad por dura que resulte, que la situación nos supera y se hace todo lo posible por pasar este trance tan desconocido como imprevisible.