THtace más de tres años que el president Montilla empezó a hablar de la "desafección" entre Cataluña y España. Estaba presionando para los plazos en la negociación de la nueva financiación autonómica. Y las dificultades propias del acuerdo fueron utilizadas para la tensión de las amarras que unen la nacionalidad histórica con el resto de España.

Gobernar con un partido claramente independentista, que además rechazó el Estatuto e hizo una activa campaña para lograr el voto en contra en el referendo, es una aventura con muchos costes; han resultado para ambos. ERC se hunde y el PSC podría obtener, en las elecciones autonómicas y en las generales uno de los peores resultados de su historia.

Sale ganando en este río de pescadores CiU, que bordea la mayoría absoluta para gobernar en Cataluña y crece, también a costa del PSC, en las generales.

Sube el sentimiento secesionista a su máximo histórico: cerca del 25% de los catalanes se manifiesta a favor de la independencia. Todo esto requiere un análisis sosegado, pero hay algunas claves que se pueden adelantar. La primera que sembrar la frustración sobre la situación de las relaciones entre Cataluña y España beneficia al nacionalismo. La pretensión del PSC de competir en el espacio propio de los nacionalistas en vez de reforzar los lazos integradores ha sido una carga que termina por salir por la culata. Y además, habida cuenta de los intentos de Rodríguez Zapatero de contentar al PSC, pueden tener daños colaterales en muchas partes del resto de España.

No hay mucho margen para corregir errores y Montilla debería empezar a ordenar el equipaje para su salida de la Generalitat. El PSC debiera empezar cuanto antes a hacer un inventario de desperfectos por su prioridad identitaria y su comprensión con sus socios independentistas. El PP, que sigue enterrado en lo más bajo de las encuestas, debiera hacer cuentas de su apuesta por su recurso contra el Estatuto. Y Zapatero, aprendiz de brujo, debiera calcular los desastres que convoca la promoción de un estatuto sin límites y sobre todo sin consenso.

Ahora que se ha medido el cansancio de Cataluña con el resto de España habría que recorrer el camino inverso. Muchos españoles no entienden que en pleno siglo XXI, con un estatuto que ya no le caben más competencias, siga siendo piedra de disgusto en vez de cáliz de satisfacción para la mayoría de los catalanes.