Empieza a pensar que existe una óptica catalana que dificulta la comprensión de los fenómenos políticos cuando se atraviesa la frontera con el resto de España. Los resultados de las encuestas y la impopularidad del tripartito están obligando al president José Montilla a pasarse de frenada. ¿Era tan difícil prever la reacción del electorado socialista al tripartito durante los cuatro últimos años?

Encabezar una manifestación contra el Constitucional instala una foto en la retina contundente. Muchos silencios ante excesos de sus socios son demasiado sonoros y una campaña es poco tiempo para rectificaciones tan profundas.

José Montilla se ofrece como garantía para mantener sólidas las relaciones con el resto de España, pero tal vez esté demasiado fijada la imagen del eterno descontento que hablaba de desafección cuando podría entenderse que era él uno de los responsables de ella.

La historia demuestra que competir por una imagen nacionalista con los nacionalistas es una batalla perdida que además se revierte contra quien la plantea.

Ahora hay angustia electoral en el PSC y tranquilidad en el PSOE porque observa que el partido hermano, aunque tarde, está volviendo al redil.

Quizá sea tiempo para una mirada retrospectiva de los últimos ocho años para saber si merecía la pena agitar tanto la política catalana para que se haya constituido en un desencuentro tan profundo, quizá el más exacerbado, desde los primeros tiempos de la transición.

Las encuestas dictaminan que CiU va a recuperar un poder que tiene interiorizado como propio. Para esta difícil observación desde el otro lado del Rubicón catalán, sería beneficioso para todos intentar construir un amor recíproco. Hubo un tiempo que todo lo catalán tenía enorme prestigio en el resto de España. Y también parecía que los catalanes se sentían cómodos con esa pertenencia y ese cariño. Tal vez todo esto haya sido tan visible ahora, de repente, como para que Montilla se pase de frenada.