Soy un currante que, por edad (30 tacos), situación profesional (tengo un trabajo digno) y familiar (no tengo familia), dispongo de tiempo, ganas y recursos para viajar por este nuestro variado y hermoso país y, por tanto, para conocer las múltiples y sorprendentes maravillas que encierra en cada uno de sus rincones.

Ante la proximidad del 1 de noviembre, unos amigos nos habíamos planteado hacer una pequeña escapada a Córdoba, ciudad relativamente próxima a Cáceres, donde vivimos (ha sido casualmente esta ciudad, como podría haber sido cualquier otra. No es esa la cuestión.) Pues bien, la idea era pasar la noche del martes en la capital de los califas y aprovechar la mañana del miércoles para visitar Medina Azahara, conjunto monumental e histórico del que he oído maravillas pero que aún no he visitado. Una amiga, muy previsora ella, y, a lo que se ve, mejor conocedora que yo de los malos hábitos y costumbres laborales de este país nuestro, me aconsejó con acierto llamar por teléfono e informarme previamente de los horarios de visita. No sé si preciso contar más...

Baste decir que finalmente no podremos visitar esta maravilla del arte (seguramente nos habría pasado lo mismo con cualquier otra la mayor parte de las ciudades de España), porque en este país nuestro priman los intereses del personal laboral y funcionarios de las administraciones públicas, aunque presten servicios de ocio (museos, conjuntos históricos, oficinas de turismo, instalaciones deportivas, etcétera), por encima del interés del público, que, lógicamente debería imponerse y, por tanto, debería ser posible, pues es lo más razonable, visitar estos lugares y utilizar estos servicios tanto los días festivos como los fines de semana.

Si uno no quiere trabajar por la noche, no monta una discoteca. Si a alguien no le gustan los niños, no se hace maestro. Quien desee tener todos los fines de semana y festivos libres, no debería trabajar en actividades y servicios de ocio y cultura. Esto es una democracia y debería primar el derecho de la mayoría sobre los intereses de unos cuantos que, en muchos casos, además, ya cuentan con el privilegio de poder disfrutar de un trabajo para toda su vida y cuyos salarios pagamos el resto de contribuyentes.

José Castro Serrano **

Cáceres