TLta moral que los políticos exteriorizan cada vez que pierden unas elecciones, es ciertamente ejemplar. Apenas el recuento les declara perdedores, les da el subidón y se les desboca la autoestima: hemos conseguido los mejores resultados que el partido ha obtenido en los últimos años (llevan un rosario de derrotas); hemos visto que el pueblo confía en nuestro programa y en los hombres que apoyan el mismo; (nadie lo ha leído y se tiene noticia de dos) hemos cumplido los objetivos marcados: no nos hemos salido del mapa (¡solo faltaría!) y hemos mantenido la ilusión en el electorado, (que debía ser la de perder)

Nadie pide que se flagelen en público ni alienten con sus lágrimas la euforia del ganador, pero una rigurosa adecuación del entendimiento con la realidad, --la véritas clásica--, lograría dejar en su sitio la honestidad y la honradez más elementales. No se sabe muy bien si esa falta de pudor para con el elector se debe a que el político, a pesar de todo, seguirá viviendo de la cosa pública, a su poca fe en el oficio que desempeña, o al convencimiento total de que los ciudadanos son tontos. Pero ninguna de esas razones parecen suficientes para la majadera conclusión de tener que demostrar una supuesta alta moral cada vez que se pierde. Para eso ya tenemos al Alcoyano.

*Licenciado en Filología