Conocí poco al músico Diego Ariza , uno de esos tipos a quienes yo identificaba con otra época, la de movida cacereña que me hubiera gustado vivir con Paco Lobo , Jose Cebriá o Santi Márquez , por citar solo a unos cuantos de aquel tiempo luminoso del que Cáceres fue un referente nacional. Con el pitillo en la mano, desgarbado y algo tímido, Ariza siempre me pareció un hombre por descubrir.

Lástima haberlo perdido esta semana con poco más de 60 años, el momento en el que la vida te da la oportunidad de disfrutar de todo lo aprendido. Digo esto porque quizá nos quedamos sin la memoria de un testigo privilegiado de una etapa, tan distinta y feliz que cualquier pérdida es un cachito de cielo menos que admirar.

Y Diego, creo, representaba el pasado de entonces, pero también la pervivencia de una década de la que hablan como bulliciosa, inquieta y fascinante en lo cultural. La cultura nocturna, esa que tanto cuesta reconocer ahora a quienes intentan sobrevivir de ella. No creo que en los tiempos de Coup de Soupe, el mítico grupo cacereño al que perteneció Ariza, las cosas fueran más fáciles, solo diferentes, más ingenuas quizá. Por eso sería bueno valorar que quienes fueron los reyes de entonces deberían ser los héroes de ahora. Recordarles, aunque la causa sea su muerte, sería la mejor medicina contra el olvido.

Con su nombre en la barra de alguno de los garitos que frecuentaba en La Madrila bastaría. Así todos sabríamos que Diego estuvo allí. Y que lo hizo porque le gustaba tocar y divertirse. Aprender. "Un corazón inmenso en un traje arrugado, la fragilidad bajo un inteligente edificio humano", como lo definía ayer su colega Juanjo Cortés . La próxima va por ti, Diego.