La campaña electoral no nos deja ver el bosque. Seguramente ya nadie se acuerda de la polémica que se suscitó hace unos meses cuando los claustros de los institutos plantearon la necesidad de que los alumnos dejaran los móviles fuera de las aulas.

Hubo organizaciones de padres que pusieron el grito en el cielo porque al final este pequeño aparato se ha convertido en la forma de control, en la distancia, que muchos progenitores tienen sobre sus hijos. Agobiados por extensas jornadas laborales los padres de ahora fían a un teléfono su tranquilidad de que el adolescente no ha hecho pellas o está disfrutando del botellón un miércoles por la mañana.

Los profesores, sin embargo, estaban cargados de razón. Es imposible impartir una asignatura con un chaval escondido para hablar con un amigo o con siete distraídos enviando mensajes o leyendo su correo. Pero por una noticia, otra más sobre acoso escolar (que como no sirve para conseguir votos parece que no interesa a nadie) sabemos que un grupo de adolescentes en San Pedro de Alcántara, Málaga, propinaron una brutal paliza a una compañera dentro del recinto del instituto y grabaron los hechos en el móvil.

Los agresores, no contentos con grabar los palos, se enfocaban con el teléfono a ellos mismos para mostrar su satisfacción por su acción y se jactaban de su gallardía . En el tiempo que dura la grabación la menor recibió no menos de veinte golpazos. Lo hicieron para demostrar quien manda, para imponer el miedo al resto de los compañeros y para enseñarles su acción. Si no les hubieran dejado pasar el móvil al centro educativo se les habría quitado un arma fundamental en su cobarde hazaña .

El teléfono no tiene la culpa, si lo tiene los responsables del instituto que no se enteraron de nada ya que la agresión se produjo en el interior de una clase y las imágenes de la paliza se repartieron entre los alumnos según denuncian los padres. La frecuencia con la que se descubre que una paliza ha sido grabada en un móvil, que el afán de enseñarlo a los colegas es parte del rito del acoso, que sin espectadores los golpes tiene menos valor, es una razón más, y de peso, para reclamar que los teléfonos salgan fuera de los centros escolares donde se va a aprender entre otras cosas normas éticas que enseñen el respeto a los demás. Que falta hace.