Siempre me sorprendo de que, en las pelis, los caballeros besen sin mancharse.Los arrebatos, que surgen en un ascensor, no levantan sospechas, porque las partes contratantes concluyen el negocio, el affaire ( mejor en francés, para que quede mas evidente el asunto a tratar, y mucho más sugerente, donde va a parar ), como si tal cosa. Impertérritos miran al frente cuando alguien entra, sin macula. Solo un levantar de cejas para despedirse, un roce de zapatos, o una sonrisa de medio lado al mascullar el buenas tardes. Ni en las copas quedan huellas. Salvo que se haya cometido un crimen y el CSI tenga que investigar con su luz violeta, nadie deja marcas de rouge en los bordes de las copas. La abrupta visita de la “legitima” al apartamento se disimula fácilmente salvo que se pare a contar dos y dos o se encuentre la ropa interior , tirada en el pasillo o,lo que es peor, a la susodicha de cuerpo presentisimo. Quizá aquella campaña de maquillajes permanentes, que prometían recorridos invisibles, pretendiera enseñarnos a vivir, o amarnos, mas discretamente.

Ahora que el alejamiento parece de obligado cumplimiento, es difícil imaginar un peor momento para la lírica y para los fabricantes de carmín. La cama llena de ropa, el suelo invadido de tacones, sandalias, bailarinas, el trayecto al baño recorrido por camisetas de happy happy, con un punto de informalidad que le quite hierro al asunto, vaqueros que no abrochan, faldas tubo de aquí estoy yo, camisas blancas de menos es mas, y de ser una señora confinadamente elegante, de camisolas de rayas marineras, flojitas para el calor y los kilos de demás, pero con un punto chic, que ella siempre ha sido muy de la rivière...Y una vez decidida, por un vestido de lino, y unas abarcas menorquinas, sin pendientes, se prendió en el pelo, un ramillete de buganvilla y abrió la barra de labios. “Allure Rose de Vie”.

En el espejo de la entrada vio perderse el reflejo del sol y de las noches sin sueño. Mientras conducía pensaba en si su allure se habría marchitado, atrapada por la mascarilla.Como mariposa en la luz. El cartel de Andalucía, a pocos kilómetros. Casi podría tocarlo. Durante meses infranqueable. Una ráfaga de un coche en sentido contrario. Un fogonazo de nervios le subió hasta las orejas, palpitando, enredándosele como zarcillos. Aparcó, comprobó de nuevo la hora, reclino el asiento, cerró los ojos. Tras el horizonte de camiones parpadea la luz de 24 horas. Son las 12, y cinco minutos. Unos nudillos suenan casi imperceptibles en el cristal. El tiempo se detiene. Ya no hay temor . Solo besos.