Profesor

Siempre que alguien hace alusión a la necesidad de cambios, surgen varias posturas ante dicho dilema: desde los que reaccionan con una negativa porque entienden que todo va bien. Que no son necesarias las transformaciones, los movimientos o que generaría turbulencias que deteriorarían su tranquilidad. Ven como positivo la estabilidad. Por otra parte están los descontentos (despectivamente se suele emplear el término de cabreados ) para los cuales hay que hacer ´algo´. En su debe siempre tienen que la contra argumentación estriba en ser depositarios de un cúmulo de insatisfacciones y/o agravios de difícil explicación o justificación. Dentro de este subgrupo los motivos para exteriorizar sus impulsos pueden ser tan múltiples como contradictorios. Cada uno tiene su razón y todos la quieren tener para sí. Sin embargo el final del proceso lo constituye la alternativa. A veces no se trata de eliminar lo existente. A veces se debería buscar el reciclaje de los posicionamientos. O, a lo mejor, marcar los aditamentos que sugieran una posición propia. Un sencillo aserto de ´no me gusta´ es, a todas luces insuficiente. Sin embargo un abanico de posiciones que reconozcan la diferencia puede ser el inicio de una gran historia. De un encuentro. De una fortificación sólida que resista los embates, tanto de la rutina, como de la propia singladura de la vida pública tan proclive a los sucesivos obstáculos. El contar con la aquiescencia tanto cuantitativa como cualitativa es un elemento más a tener en cuenta. Estamos en tiempos de cambios, de nombramientos y ceses, de agradecimientos por el trabajo prestado, de consciencias en la temporalidad de los cargos. Bienvenidas, pues, cuando se precisen, las alternativas.