Veo ahora más tele que nunca, por circunstancias que no vienen al caso comentar, y he de decir que en conjunto me produce un hastío supremo, porque lo mío es leer, y también porque no suelo escoger lo que quisiera ver, sino que otra persona lo escoge a su más libérrimo albedrío, sin consultar gustos ajenos. Me conformo, porque a mí me da lo mismo, y suelo aguantar en casa ajena, las tontunas televisivas.

Allí sale la locura programada de personajes histriónicos que pretenden hacer creer a una multitud de gente mal aconsejada, que lo que allí se cuenta es harto verdadero, explosivamente entretenido, de una trama más apasionante que cualquier novela de Julio Verne, Alejandro Dumas, padre, o Walter Scott. Y la gente cree lo que la tele del corazón les cuenta.

Y sale la noticia del desaguisado protagonizado por el ministro del interior, los supuestos desafueros de Podemos en Venezuela, La depresión de Isabel Pantoja, el descuartizador de una mujer, como otro Landrú en ciernes, los chinos y los coreanos del sur, que se comen unos diez mil perros al día, porque dicen que su carne es muy saludable, los tiburones de Altea, en el Mediterráneo, que son por lo visto peces limones.

No sé si esa locura es como diría Millás, la otra cara de la realidad. Quién sabe.