No querría hoy ponerme amarga o fúnebre, pero a veces los periódicos llegan cargados de titulares que pinchan como alfileres, y duelen casi igual, y como muñeco de vudú bien enseñado, tengo que saltar o agrietarme los labios a fuerza de apretarlos.

O seccionarme la lengua de un mordisco, pero casi mejor digo lo que pienso, y me quedo tranquila. O no, pero lo intento.

Mira que he jurado quedarme calladita ante el trío de yernos perfectos que parecen competir por ver quién sale más guapo en las fotos, y no por arreglar España.

Mira que he tratado de no perder la confianza en que mi voto pueda servir para algo, pero luego leo las declaraciones de unos y otros y me echo a temblar. De frío, literalmente. De hartura también un poco.

Hoy por ejemplo Casado, paladín de la Hispanidad en sus ratos libres, acusa a Sánchez de crear un problema con la eutanasia, asunto que en nuestro país ni nos va ni nos viene, según él. Como la sepultura de Franco. Eso es crear conflictos donde no los hay.

Y vale que me he quedado calladita con el Valle de los Caídos convertido de nuevo en foco de atención, y con tantas otras cosas que ni sé ni entiendo, pero o Casado no vive aquí, o hace mucho que no se da una vuelta por residencias, hospitales o pisos particulares donde la ley de dependencia ni está ni se la espera.

Yo he conocido de primera mano la crueldad de que no se permita a un ser querido morir tranquilo, sin dolor. Y también la otra cara de la moneda. Guardo como un tesoro la cara de quienes hicieron posible que mi madre no sufriera más de lo que tenía que sufrir, y trato de olvidar el gesto hostil de quien condenó a mi padre a más noches de delirio y agonía.

Que no venga Casado ahora a hablarme de trompetas y clarines, de marchas triunfales, de problemas inventados en un país que revienta de realidad a todas horas.

El umbral de la pobreza está cada vez más cerca, tener un título universitario ya no garantiza trabajo, y aquí la gente no puede elegir cómo morir tranquila.

Como con el divorcio, aprobar esta ley no significa que ahora todos queramos abandonar la vida de repente. Solo lo harán quienes no puedan más, y están en su derecho.

Defender esta ley no divide, sino que multiplica. Y no resta, solo suma.

Lástima que las matemáticas le sean a Casado tan ajenas como la conciencia social y la filantropía.