Para los creyentes de un lado que lo convertirán en icono más poderoso que lo fuera en vida, Osama estará en estos momentos refocilándose con las huríes del Profeta. Para los no menos creyentes pero del signo opuesto, colgará con el mondongo al aire en el mismo infierno al que Dante condenó a Mahoma. Para los americanos eufóricos por su ejecución, los restos odiados, sus bellos ojos profundos de alucinado, son solo pasto de los peces tras el ataque de élite digno del Hollywood más épico y la consecución de lo que para unos es justicia y para otros venganza. Lo del ojo por ojo y diente por diente se ha quedado corto, pues con un solo cadáver, aunque invisible, se recupera el orgullo patrio y se mitiga el dolorido sentir por tantos inocentes masacrados en Bagdad, en Argel, en Nueva York, en Madrid, en Londres, en Marrakech y en todos los lugares que sangran por heridas imposibles de cerrar. Las víctimas no resucitarán y los que lo contemplamos aturdidos hace ya diez años nunca olvidaremos aquel cuerpo solitario pulcramente vestido precipitándose boca abajo, recortado frente a la inmensa mole en llamas. El mundo cambió ese 11-S. Hoy Obama, al que muchos consideraban un blando por aquello de doblar el corvejón ante los jeques árabes, anuncia orgulloso que se ha hecho justicia y asume la responsabilidad de la operación. Hoy culmina la amenaza del tan vituperado Bush : atrapar al monstruo vivo o muerto. Expertos opinan que se ha dado un golpe definitivo al terrorismo islámico al degollar a la serpiente. Expertos dictaminan que no era serpiente sino hidra y que la maldad se regenera inmediatamente tras ser cercenada. Yo creo que la socorrida afirmación sobre Sadam sigue siendo falsa: el mundo no es un lugar mejor hoy porque haya muerto Bin Laden. Su eliminación solo demuestra la eficacia, precisión y el poder de esa máquina de hacer la guerra que son los EEUU. Mientras siga vivo el fanatismo que ha protagonizado desde siempre la infame historia de la humanidad el mundo seguirá siendo el mismo lugar infame.