La muerte de Fidel Castro, a pesar de ser esperada desde hace tiempo, conmocionó ayer al mundo. Su figura -también pasó por Extremadura en el año 1998 respondiendo a una invitación del entonces presidente Juan Carlos Rodríguez Ibarra- no dejó a nadie indiferente durante la segunda mitad del siglo XX, del que ha sido uno de los principales iconos. Unos siempre verán en él a aquel joven revolucionario que en 1959 entró en Santiago de Cuba para liberar a su país de una dictadura como la de Batista, vergonzantemente entregada a los intereses norteamericanos, y que instauró una reforma agraria y sanitaria que permitió a los cubanos salir de la miseria. Otros siempre recordarán que su apego al poder le llevó a ejercerlo con mano férrea -su propia hija le ha calificado como un dictador- y a aliarse primero con el régimen soviético y finalmente con el experimento bolivariano de Hugo Chávez. Lo cierto es que su figura arrastró luces y sombras hasta su muerte.

La revolución cubana nunca ha sido económicamente sostenible aunque nadie puede poner en duda que ha sido socialmente exitosa y que se convirtió durante décadas en un polo de atracción para el conjunto de América Latina y para los jóvenes de muchas otras regiones. Lamentablemente, nunca sabremos si la causa de esas dificultades que tanto han hecho sufrir a los cubanos fue la propia naturaleza de la revolución de Fidel o el bloqueo sistemático que practicó Estados Unidos castigándoles absurdamente antes que a sus dirigentes.

La larga agonía de Fidel y el acceso al poder de Raúl Castro desde el año 2006 hacen que hoy su muerte no comporte tantas incógnitas como hubiera implicado años atrás. La economía y la sociedad cubana están viviendo un proceso lento pero inexorable de apertura que culminó con el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

La incógnita ahora es Trump. Cuba después de Fidel Castro no va a seguir siendo revolucionaria pero tampoco van a tomar el poder los colaboradores de Batista que llevan 60 años conspirando desde Miami. Empieza un tiempo nuevo en el que no se podrán echar por tierra los logros que han beneficiado a la población en materia de educación o de sanidad pero en el que Cuba deberá encontrar la manera de reintegrase en la comunidad internacional aceptando la protección de las libertades de sus ciudadanos y sin que nadie les convierta de nuevo en rehenes de sus dirigentes políticos.