Una de las primeras cosas útiles que se aprenden en la carrera de Periodismo es que lo local siempre nos toca más la fibra. Aunque sea de sentido común, vaya: a cualquiera le interesa más un accidente de tráfico en su localidad natal, que un atentado terrorista en Londres. Por eso no me sorprende el descenso de los contagios por covid en cuestión de semanas en los pequeños pueblos de Extremadura. Porque de repente, las cifras dejaron de ser sólo eso y empezaron a tener nombre propio, apellidos y hasta mote, y porque la gente, cuando le toca de cerca, se pone las pilas rápido y también las mascarillas. Es un gesto espontáneo, no una imposición, y nace del instinto más ancestral: sentirse parte de una comunidad y querer protegerla.

En nuestra región, más de la mitad de la población está concentrada en las grandes ciudades, y al margen de ellas, no son tantos los pueblos que superan los 5.000 habitantes. Y mientras más pequeños son, mejor se conocen sus vecinos y son más las relaciones de amistad y parentesco que les unen. En la primera oleada, en muchos apenas hubo casos y se llevó el confinamiento a rajatabla. Pero llegó el verano y se convirtieron en refugio de muchos paisanos emigrados, algunos fieles cada año, y otros ausentes desde hacía tiempo. También los lugareños se relajaron y el hartazgo de tantos meses de pandemia pasó factura.

Y esos mismos municipios, libres de virus en mayo o abril, de pronto se encontraron a finales de octubre y principios de noviembre con cerca de un centenar de positivos y varios ingresados en los hospitales. Y empezó a morir gente. Personas muy queridas, cuyas familias han vivido la peor de las pérdidas: el adiós sin despedida. Y sus vecinos han sentido su dolor muy cerquita. Se han abierto muchos ojos y hasta los más despegados se han dado cuenta de que esta pandemia es real y se está llevando por delante madres, padres o abuelos, no números.

El miedo está demostrando ser la mejor vacuna contra el coronavirus. Aunque para sentirlo, por desgracia, hemos tenido que tenerlo cerca, verlo reflejado en los ojos de amigos de toda la vida, que han enterrado a un familiar sin el consuelo de estar arropados por su gente, al menos no físicamente. Y es entonces cuando se dispara el mecanismo de protección más natural y nos quedamos en casa, mantenemos la distancia social y nos lavamos las manos sin que nadie nos lo tenga que recordar. La covid-19 deja de ser sólo cosa de los telediarios. Las señales de alarma se activan. Y la famosa curva empieza a bajar.

Un grupo de investigadores ha publicado un artículo en la revisa Chaos que afirma que irse a un pueblo a vivir es más eficaz a la hora de controlar los contagios, que el cierre de fronteras nacionales o las limitaciones de movilidad entre regiones. Aseguran que la densidad de la población en las grandes ciudades y su concentración en zonas comunes o el transporte público facilitan la propagación del virus, mientras que en las zonas rurales, hay más espacio para evitar el contacto con otras personas. Y sí, es de cajón que hay una base científica en lo que dicen, pero en mi opinión, la mayor ventaja de los pequeños municipios frente al bicho son las relaciones sociales estrechas. La solidaridad sincera que nace de un cariño forjado por el roce y la cercanía y que se extiende a varias generaciones.

De todos es sabido que no hay nada que una más a un pueblo que la adversidad y un enemigo común que rompa con la tranquila cotidianidad, de este principio tan básico han nacido obras tan universales como Fuenteovejuna, con su "todos a una". La semana pasada la curva de contagios bajó considerablemente en Extremadura y también la presión hospitalaria. Se batió un récord de altas médicas por covid: más de 700 personas superaron la enfermedad en un sólo día. Y no creo que haya nadie que pueda atribuirse el mérito de este logro, porque es fruto de un esfuerzo colectivo.

Decía Alejandro Magno que "De la conducta de cada uno depende el destino de todos" y nunca una frase había estado de más rabiosa actualidad. Con la Navidad y el puente de la Constitución tan cerca, está en manos de cada uno de nosotros mantener las medidas de seguridad y ser responsables. Que no hagan falta más muertos para abrirle los ojos a nadie.

*Periodista