TStolo tenía dieciséis años y al parecer era feliz porque la ley le permitía correr en el encierro de su pueblo. Ni él ni su familia sospechaban que la muerte le esperaba en la calle, en el asta de un cabestro que le reventó la caja torácica. Las banderas de Cabanillas, un pueblo navarro cerca de Tudela, ondean a media asta. Los vecinos están conmovidos. Pero los encierros van a continuar, en este y en cientos de localidades de toda España. Porque estos son los muertos que nadie quiere ver, los que conviene olvidar rápido para que siga la fiesta.

Alex Malo , el adolescente de dieciséis años, no será desgraciadamente el último ni ha sido el primero, este año, de los muertos en esas carreras temerarias y escalofriantes. Cuatro víctimas le preceden en esta lista que los organizadores de los festejos populares prefieren ignorar, mientras las autoridades competentes, que tanto velan por nuestra seguridad, miran para otro lado cuando se trata de festejos con toros.

Por eso hay que recordar a Gimi Raúl que con solo diez años murió arrollado por una vaquilla en Pinseque (Zaragoza); a Daniel Jimeno de 27 años empitonado en los Sanfermines; a Antonio Martínez de 65 corneado en Hellín (Albacete); y a un varón, del que ni siquiera se ha dado su nombre, que falleció en Peñafiel (Valladolid) de una cornada en la capea posterior al encierro.

El Ministerio del Interior, y la DGT por delegación, imponen severas multas, con retirada de puntos incluida, que puede llevar a la pérdida del carné de conducir a quien no se ponga el cinturón de seguridad. El cinturón sirve para salvar la vida del conductor o de los pasajeros en caso de colisión, pero no pone en riesgo al resto de los automovilistas; luego las sanciones responden a un afán paternalista de nuestras autoridades por salvarnos la vida. Y está bien.

El mismo desvelo protector debería llevarles a prohibir que menores y mayores pongan en riesgo su vida corriendo delante de unos astados peligrosos por la única y atávica razón de proteger unas fiestas tradicionales. La tradición merece respeto siempre que contribuya a perpetuar la cultura de los pueblos pero cuando pone en riesgo la vida humana se suprime, como pasó con los torneos medievales. ¿O es una cuestión de ingresos y la multas por el cinturón sirven para recaudar y las fiestas patronales para que ganen los ayuntamientos?