Cuando escribo estas líneas se cumple el primer mes de confinamiento por la covid-19 en España y la cifra de muertos asciende a 16.972 personas. En 2018 hubo en España 427.721 muertes, el 96’3% por causas naturales. El 28’3% relacionadas con el sistema circulatorio, el 26’4% por tumores y el 12’6% por problemas en el sistema respiratorio. Una ola de calor, por ejemplo, provocó un exceso de muertes del 2% y una gripe inusual las aumentó en un 4%. La covid-19 ha incrementado en un 48% las muertes en el mes de marzo. Hasta aquí los datos. Datos con los que convivimos, estadísticas que forman parte del imaginario colectivo hasta el punto de aceptarlos casi sin inmutarnos. En 2019 murieron en accidente de tráfico 1.098 personas y la noticia ya casi pasa desapercibida para el resto de la sociedad. Algunos informes cifran en casi trescientas mil personas las que enferman de cáncer al año y, para la mitad de ellas, los siguientes cinco años serán un auténtico infierno y no sobrevivirán. Tampoco forma parte de las portadas de los informativos, pero sí es un suplicio para quienes lo sufren y sus familiares y amigos. Siguen siendo datos. Como los datos del paro, que se ofrecen ya con una parsimonia, con un desdén, con una indiferencia que ofende. La sociedad recibe datos olvidando que son personas, con vidas o que han vivido vidas, con familias que dejan atrás, con nombres y apellidos. Los 16.972 muertos no son solo cifras que aparecen en una impoluta nota de prensa o en los labios de un técnico, son personas, hombres y mujeres que hasta ayer amaban y sufrían, tenían hijos, nietos, sueños, se divertían, disfrutaban de cuanto la vida les ofrecía. La covid-19 ataca, esencialmente, a los mayores de 70 años (86’8%), donde los octogenarios, con un 46’3% son los más perjudicados. Esto quiere decir que aquellos que nos criaron, los que, superando las penurias de la guerra civil y el franquismo, lo pusieron todo de su parte para construir la España de los últimos cuarenta años. Ellos y ellas han generado la paz y la prosperidad en nuestro país y en la última crisis económica, tan dura como fue, nos cuidaron como nadie. Ahora, están muriendo solos, de manera injusta, formando parte de una estadística y sin que nadie guarde luto por ellos. Un país que deshumaniza a sus muertos es un país sin alma y sin futuro.