“He perdido amigos, amigas, clientela y posición social. Mis empleados ya no piensan que soy una súper jefa y no encuentro ni rastro de la autoestima que tenía. Todos los pilares de mi vida se han destruido.” Estas son las durísimas palabras de una mujer autónoma víctima de violencia de género después de denunciar a su marido y padre de sus hijas, tras padecer años de maltrato. Un relato de episodios que provocaría escalofríos a la persona más indiferente.

Desgraciadamente, no se trata de un hecho aislado. Este testimonio se repite a lo largo y ancho de nuestro país y revela los efectos devastadores que esta lacra social tiene también en las mujeres emprendedoras y empresarias. ¿Qué hay detrás de las puertas de un negocio regentado por una mujer que atraviesa una situación así?

Por un lado, se enfrentan a un proceso judicial y por otro, a uno social. En ambos casos, su condición de empresaria les afecta. El hecho de ser mujeres independientes, decididas y resolutivas en el terreno profesional, proyecta una imagen de invulnerabilidad en el ámbito personal que puede no corresponderse con la realidad.

Por este motivo, en una sala de vistas se esfuerzan por demostrar que es cierto lo que denuncian y tratan de desligar su vida laboral del enjuiciamiento de la causa. En lo que respecta a la esfera social, sucede lo mismo, sobre todo en ciudades pequeñas donde todo el mundo se conoce.

Sus agresores, que suelen negar la mayor, tienen tejidas sus propias redes y trasladan al entorno la necesidad de posicionarse de algún modo. En esta suerte de cajón desastre, encontramos a quiénes las apoyan, a los que las desaprueban y también a quiénes las victimizan, además de una parte importante que prefiere no actuar, huyendo de situaciones que consideran incómodas.

Ellas sienten entonces que de la noche a la mañana, pasan de ser mujeres respetadas por su influencia a ser consideradas débiles y sin tanta valía, incluso para sus empleados y empleadas. No es difícil pensar que esto repercuta directamente en la rentabilidad de sus negocios y disminuya su clientela. Un cóctel perfecto que origina que muchas opten por el silencio.

En España hay 1.169.295 autónomas y aunque no existe un registro de los casos de violencia de género dentro del colectivo, sabemos que ningún sector queda fuera de este asedio perverso.

Desde la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos ATA, trabajamos cada día para eliminar cualquier tipo de discriminación por razón de sexo, poniendo en valor todo lo que representan las autónomas para la sociedad española y la economía de nuestro país.

Además de constituir el 35,8% del colectivo y una aportación al PIB importantísima, los datos arrojan que sus negocios son sólidos y competitivos, liderando el crecimiento del RETA -Régimen Especial de Trabajadores Autónomos de la Seguridad Social- en los últimos 10 años. Han constituido una pieza clave en la recuperación económica tras la crisis del 2008 y sabemos que lo serán en la era post covid.

Nos sobran motivos para exigir cambios, que pasen por un estudio serio sobre la incidencia de la violencia de género y otras violencias machistas en sus negocios, y nos permitan articular herramientas que pongan fin a los efectos colaterales que perjudican gravemente su medio de vida y las hacen vivir en soledad el mayor problema de sus vidas.

*Responsable del Área de Mujer de la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos (ATA).