Periodista

En un mundo regido por mediocres e hipócritas como el que tenemos, es bueno que los medios exalten la personalidad de figuras tan destacadas como la de la iraní Shirin Ebadi, Premio Nobel de la Paz. Son un estímulo en la lucha por la honestidad entre los gobernantes y una esperanza de que la dignidad en el mundo no se ha perdido del todo. Mantener la dignidad frente a los ayatolás que mandan en su país tiene un precio y la galardonada lo ha pagado con creces. Era juez --la primera y única de Irán-- y los fundamentalistas la obligaron a renunciar. Desde entonces se ha dedicado a la docencia universitaria y a la defensa ante los tribunales de torturados y encarcelados por la sacrosanta represión de los mosenes islamistas. Estas actividades le han proporcionado muchas incomodidades, pero también el Nobel.

La autoridad moral es de las personas que no temen complicarse la vida. Es una práctica muy frecuente en la señora Ebadi, que ha recogido el premio sin cubrirse la cabeza con el velo y que se ha atrevido a dar la mano a los hombres, lo cual ha sido motivo de escándalo entre los guardianes de la ortodoxia islamista, en versión iraní. Pero no han sido los únicos acusados en su discurso, junto con todos los radicales que hablan en nombre de Alá, sino que ha lanzado también sus críticas contra Israel, y contra el presidente Bush, que ha utilizado el 11-S como pretexto para violar impunemente el derecho internacional. Se ha de reconocer que es una mujer valerosa. Está en contra de unos y de otros. No nos extrañemos ahora si desde Washington y Jerusalén le montan una campaña insidiosa. La gente honrada del mundo ha de estar preparada para firmar cartas de apoyo.