Cosimo, personaje estelar de El barón rampante, de Italo Calvino, decide tras una discusión con su padre irse a vivir a los árboles, donde llega a levantar su propia casa. Diversos motivos podrían explicar en el mundo real lo atípico de ese comportamiento, pero desde una perspectiva narrativa lo asumimos como una hábil estrategia para ubicar al lector ante una situación ilógica e individualista (y a la vez cautivadora), una suerte de contrapunto a esta vida de exigencia colectiva que nos ha tocado en suerte.

No he podido evitar el recuerdo de la famosa novela de Calvino mientras leía los relatos de La mujer dálmata, de Loida Díaz (La Discreta, 2015). Y es que los actores de estas historias son seres de papel encaramados a un árbol, del que bajan solo de vez en cuando, por intervalos cortos de tiempo, para codearse con las bajas pasiones del asfalto.

Son personas, como leemos en El escapista, uno de los cuentos, que siempre se escapan. «Si me preguntas de qué me escapo, te diré que de cualquier cosa, del sol cuando es excesivo, de la noche cuando me aplasta, del silencio cuando no hay más que silencio. También suelo escaparme de algunos trabajos, como el del amor, o de las charlas interminables sobre la búsqueda del amor y sus consecuencias [...]».

Estos relatos escenifican situaciones cotidianas que, no obstante, contienen en mayor o menor medida un enigma, una conjura --a veces maquiavélica, urdida por algún personaje encaramado a su propio árbol-- que nos insta a seguir leyendo.

Hay en estos relatos encuentros y desencuentros entre amantes --si se les puede llamar así-- a quienes les mueve el deseo carnal y humano tanto como la necesidad de salir huyendo, cuanto antes mejor.

Compilación de quince narraciones que nos enseñan a repensar las relaciones humanas con sana desconfianza.