Todo hombre estará directamente en deuda a lo largo de su vida con una mujer: su madre, ese ser humano que le trajo al mundo tras una larga gestación y un doloroso parto. Y estará indirectamente en deuda con todas las mujeres, por haber impedido a lo largo de la historia que se realizasen con la misma libertad que lo hacían los hombres.

Hasta no hace mucho tiempo, la mujer estaba excluida de realizar cualquier tipo de actividad creativa. Pocas mujeres escritoras y pintoras plasmaron sus nombres en los libros de literatura y arte antes del siglo XX. Muy pocas tuvieron la oportunidad de demostrar su capacidad intelectual para ejercer profesiones como la medicina, la investigación científica o la ingeniería. Ninguna antes del siglo XX tuvo la oportunidad de ejercer la política. Ni siquiera tenían derecho a votar. La historia ha desperdiciado mentes privilegiadas y maravillosas relegando a muchas mujeres a la única ocupación de tener hijos y cuidar del hogar familiar.

Históricamente, el hombre ha dominado a la mujer por ser más fuerte. Por desgracia la fuerza física siempre se ha antepuesto a la capacidad intelectual. Por regla general el hombre es más impulsivo y temerario, por eso nos hubiésemos ahorrado muchas guerras si el poder lo hubiese ostentado la mujer en cada momento tenso de la historia. Mucha violencia de género se habría evitado si el hombre hubiera tenido la templanza de la mujer. Si, ya sé que han existido y existen mujeres tan aguerridas como el más sanguinario de los hombres. Pero muy pocas.

La misoginia siempre estuvo vigilante ante el crédito femenino e impidió la paridad laboral entre los dos sexos. Cierto es que años atrás muchas mujeres no podían desarrollar trabajos que requerían una gran fortaleza física. Hoy las máquinas realizan muchos trabajos que antes realizaban los humanos. Los humanos ahora nos limitamos a supervisar el trabajo de las máquinas. Y para ello es más eficaz la inteligencia que la fuerza. Así pues la mujer ha de cobrarse su deuda.