Tras el penoso suceso de este martes, de cuatro mujeres asesinadas por sus parejas, se vuelve a poner de relieve tan salvaje situación y en lugar de tratarse con carácter de emergencia nacional, pasa a formar parte del anecdotario de las páginas de sucesos.

La situación, siendo cientos de veces más grave que la violencia del terrorismo de ETA, apenas se le dedican algunos comentarios en los medios de comunicación, y en lugar de profundizar en los bajos instintos que mueven a algunos hombres a matar a sus mujeres, los organismos políticos le restan importancia. Para miles de mujeres, quizá millones, el miedo, la sumisión, las palizas y el desamparo ante la ley son su forma de vida, que el Estado, con la venda en los ojos que le caracteriza, irónicamente pretende venderles como Estado de Derecho. Según dicen los especialistas 1 de cada 4 mujeres sufre maltrato, tanto físico como psíquico durante su relación de pareja, que se pueden prolongar durante años o toda la vida. Y aun así, siguen sin realizar simples test psicológicos a las parejas que quieren formalizar su relación, o a los adolescentes en edad escolar, para detectar los rasgos patológicos, para educarlos en emociones.

Pero claro, hemos de mirar las cosas con rigor, sin apasionamientos: que no es lo mismo que cada año mueran cientos de mujeres y miles sufran malos tratos, que si los amenazados, maltratados y muertos fuesen los propios jueces, ministros, ídolos de la canción o familia real.

Al igual que el rico utiliza al pobre mientras le es útil para enriquecerse a su costa, y cuando deja de ejercer esa función lo despide, el potencial maltratador o asesino, mientras la mujer se comporta a gusto del hombre, va bien, cuando no, la mata o maltrata. Y así es el drama de los perdedores: después del fracaso amoroso o familiar, ofuscados por la frustración, se desmorona el carácter y la ética del hombre sin recursos emocionales, que arrastrándose o lanzando su ira contra el mundo, busca un sistema de evasión o de venganza; en muchas ocasiones, evasión en la droga o el alcohol, y venganza ¡pobre venganza!, contra quien no tiene culpa, la venganza más cobarde contra el más débil, no contra el más fuerte, porque el perdedor, en lugar de enfrentarse a quien le ha formado como un inválido emocional, se dedica a ensañarse violentamente contra mujeres y niños. Así, el maltratador es por definición: un cobarde enfermo, al que el Estado por no educarle, le da carnaza para satisfacer su patología.

Antonio Cánaves Martín **

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