Escritor

En un primer momento, había decidido titular esta columna, en singular, mayormente porque el plural relaja y diversifica tanto al sujeto, que llega a convertirlo en multitud. En un segundo lugar, hay tantas que ni el megaplural daría cabida a todas, aunque estuvieran, una a una. Todo lo anterior expuesto viene a colación por el libro publicado por la Consejería de Educación sobre las mujeres extremeñas. Tres mujeres se encargan de darle vida a través de textos e imágenes, desde la Prehistoria a la Edad Contemporánea. Trabajo de romanos, diría cualquiera que se asomara a tan profunda oscuridad. Digo esto, porque de sólo imaginarme la vastedad de la documentación y estudio del tema, hasta la publicación en sí, un trabajo exhausto sobre los vicios y pecados de todos los reyes godos, seguramente que parecería un trabajo de la ESO de la ministra Pilar del Castillo. Sin haber tenido la suerte, ni la posibilidad de oler estas páginas recién horneadas en la imprenta donde se hizo realidad, uno diría que, salvo contadas excepciones, la línea que unió todos los tiempos y las épocas, hasta fechas recientes, fue un tanto negra. Repito, sin haber catado el libro. Pocas alegrías han tenido las mujeres de esta España --ya sea por la herencia judía, mora y cristiana, o por las tres al mismo tiempo--, y menos aún de una Extremadura que, desde siempre, fue en el furgón de cola. Las mujeres extremeñas, siempre en general, han sido un bisbiseo de padrenuestros y luto de terror que escondía cualquier atisbo de alegría. Han sido las excluidas de cualquier progreso y han brillado, pariendo y multiplicando garbanzos y morcillas, que nunca ha estado esta tierra para bollos. Mujeres sufridas, calladas, casadas con la rudeza y la ignorancia, viendo el mundo desde una cueva, y sin salir jamás del ostracismo, que como mujeres y extremeñas, les sorteó la vida. Hoy, hace años, no hay nada que me alegre más el cuerpo, que las benditas Universidades Populares, ajetreadas de abuelas, en la desesperación casi bulímica de atragantarse con el alfabeto.

Clases de gimnasia sudorosa de cuerpos no demasiados esbeltos, pero hermosos en su complacencia por dedicarle unos ejercicios al día. Que en nuestras universidades son mayoría las mujeres extremeñas y que hay, un ejemplo, más juezas que jueces no debería de ser noticia nunca jamás. Pero que mujeres de antes, hoy se sientan con un libro entre las manos, que necesiten aprender lo que nunca echarán en falta, es cuando menos, un milagro de esta Extremadura que, afortunadamente, hoy vivimos. Siempre existirá la excepción, pero ésa es la que confirma la regla, y una señorita bien, desde siempre, tuvo sus institutrices para hacer versos románticos con mayor o menor fortuna. A las que me refiero son a las otras: las que nacieron en una tierra gris, para una vida negra, llevando siempre el luto en sus ropajes y en sus almas. Esperemos al libro.