TAttzeneta del Maestrat: Teresa . Benahadux: Carmen . Barcelona: Cristina . El domingo de Ramos, tras el viernes de Dolores tres mujeres iniciaron su particular Semana Santa, sin proyectos, ni procesiones, ni campo o playa, ni besos, ni sonrisas, ni futuro, ni nada. Ninguna de ellas volverá a oír la risa de sus hijos, ni verá los ojos de sus nietos entre el gateo y el primer balbuceo. Ya no sentirán el aliento amenazador del hombre que no supo quererlas, ni el abuso de la fuerza insensible, ni el miedo que se vive a solas, ni la sensación de culpa, ni el horror a manos llenas en que se había convertido ser mujer. Otra vez la muerte con su carga de sangre, tristeza y dolor, la impotencia de una sociedad que no sabe protegerlas, que asiste incrédula a los números en el periódico, las noticias en el telediario, los rostros compungidos de los locutores y las entrevistas a pie de calle donde nadie había notado nada. Pasión verdadera la de estas tres esposas, a las que se suma una madre en Horta de Guinardó, otra figura doliente que añadir a esas doce mujeres asesinadas en 2010, a las setenta y tres de 2009, a las cuatrocientos ochenta y ocho desde 2003. Porque cada una de estas mujeres es un fracaso insoportable no podemos seguir lamentándolo y ya está y porque hay demasiados cómplices como esa televisión ni-ni donde se filman vejaciones a muchachas en realitys grotescos que en vez de actuaciones de la fiscalía reciben como castigo el horario de madrugada. Y mientras ellas morían, en Valencia doña Rita y doña M Teresa se permitían numeritos absurdos delante de mujeres exóticas atónitas ante sus riñas de colegio cuando después de la foto solo queda el fracaso. Déjense los mandamases de marear la perdiz y ataquen el problema de raíz con una acción global: educativa, legislativa y verdaderamente represiva de esas conductas inhumanas. Denuncien los vecinos, esmérese la educación en prevenir, la policía en atajar, los jueces en sancionar. Y cese el llanto inútil mientras crece el número de muertas.