El 8M no es el día de las víctimas del coronavirus. Tampoco es el de las personas transexuales, ni siquiera aquel en que nos lanzamos a las calles como si nada más contara. El 8M es la fecha en la que se recuerda a las ciento cuarenta mujeres quemadas vivas dentro de la fábrica textil en la que pedían unas condiciones de trabajo menos miserables. El día que la ONU escogió a fin de reivindicar los mismos derechos para hombres y mujeres y erradicar así las discriminaciones que aún sufre la mitad de la población mundial.

Hace poco más de un de año imperaba el optimismo sobre el avance en estas conquistas. Personas de toda condición se sumaban a las reivindicaciones en masa, en parte fruto de la indignación por el acoso sexual y la violencia normalizada hacia las mujeres en casos como el de «la manada», y, junto a las feministas de la vieja guardia -esas a las que las mujeres de mi generación tanto debemos-, surgían jóvenes dispuestas a dejar claro que no iban a permitir que nadie las pisoteara: las activistas Towanda Rebels, las ilustradoras Moderna de Pueblo o Raquel Riba Rossy con su Lola Vendetta, cantantes como Rozalén o cómicas como Henar Álvarez o Martita de Graná. Ellas y muchas más acercan el feminismo y abordan sin tapujos cuestiones como la cultura de la violación, la cosificación e hipersexualización del cuerpo de las mujeres o los modelos de feminidad que coartan nuestras libertades.

Quizá el indicio más claro de que algo estaba cambiando fue el intento del capitalismo de apropiárselo en forma de marca. De repente, los Stradivarius, Zaras y Bershkas del mundo se llenaron de camisetas y mochilas con sus lemas: «Yes I am a feminist», «Thefutureisfemale», «Pelea como una chica», «Girlpower» y muchas más del estilo.

Sin embargo, ahora el feminismo vive un momento triste. Las luchas fratricidas -sororicidas sería lo correcto- lo debilitan y hacen un flaco favor a la causa. Me horrorizó el programa El objetivo de Ana Pastor del pasado domingo para hablar de la ley trans. Dos feministas veteranas nacidas mujeres y dos mujeres transexuales enfrentadas, interrumpiéndose y dirigiéndose miradas burlonas como en un vulgar «Sálvame».

En fin, volviendo al 8M. Me quedo con una iniciativa que estos días se celebra desde la Asociación de Escritores -y Escritoras- de Extremadura. Es una campaña sencilla que no cuesta sino voluntad y que se construye desde la base, por todos y cada uno de los socios y socias que quieran participar. Se trata de recomendar un libro cuya trama gire en torno a una niña o mujer. Y es que la ficción, a la que tantas horas dedicamos, tiene un papel esencial en nuestra sociedad. Modela el pensamiento, crea patrones que luego replicamos en la vida real. Si solo vemos y leemos historias protagonizadas por hombres, donde las mujeres se limitan a papeles residuales y estereotipados, será mucho más difícil imaginar una sociedad diferente.

Inmersa en la vorágine promocional de mi nueva novela, Especie, hablo con medios de comunicación a diario, y a menudo me repiten la misma pregunta: ¿por qué una mujer protagonista? Ayer un entrevistador fue algo más allá. Me dijo: está de moda poner a una protagonista mujer, yo diría que ya lo son en casi la mitad de las novelas que se publican. Mi respuesta no se hizo esperar: somos la mitad de la población, ¿acaso no debería ser lo normal? He conocido a no pocas personas que a priori, en ese subconsciente arraigado, menosprecian las historias representadas por mujeres. Creen que no les interesarán. De ahí la campaña de la AEEX.

Las recomendaciones van desde las mujeres de Medio sol amarillo de Chimamanda Ngozi a la Gabriela de Josefina Aldecoa en Historia de una maestra, Anaíd en los mundos de brujas de El clan de la loba o las protagonistas de los relatos de Alice Munro de Demasiada felicidad; para los amantes del cómic, la Marji de Persépolis y Aurora Rodríguez Carballeira en La virgen roja; si queremos literatura juvenil podemos conocer a Calpurnia Tate, y en infantil quedarnos con Yo voy conmigo. Hay muchas más, pero os invito a que visitéis las redes de la AEEX y las descubráis de la mano de las y los escritores extremeños.

Este 8M yo me quedaré en casa leyendo esas obras para seguir integrando una mirada más justa y equilibrada del mundo. Eso sí, respeto a quien sienta la necesidad de manifestarse en las calles, siempre que lo haga acatando escrupulosamente las medidas sanitarias. Ahora sabemos bien con quién nos jugamos los cuartos, y es casi tan peligroso como la violencia machista.

*Escritora