Cantautor

Es muy moderno hablar de multietnia y de multicultura. Pero, ay, tal vez se ha convertido sólo en una pose, en una estética que ya empieza a cansarnos, a saturarnos por tantas veces repetida.

En música el famoso mestizaje se ha convertido en el lugar común a donde van a parar cantantes y músicos con más ganas de gustar que talento.

No hay anuncio en la televisión o videoclip de artista en el que no aparezcan los nuevos arquetipos. Un rasta jamaicano, una negrita con cientos de coletas, una gorda desinhibida recién llegada de Nueva York, una nórdica de piel blanquísima, un pescadero español barrigón y divertido, una oriental con sonrisa que desarma... Todos, al parecer muy mezclados, se ríen, se mueven, bailan, se besan, se abrazan, saltan y se contorsionan como si en ello les fuera la vida. Todos tal vez poseídos por la euforia de la globalización o, peor aún, por la cultura del aeróbic. Pero la multicultura que vemos en la calle es bien distinta. Cada uno en su lugar, y ojo con pisar mi territorio. Así que contratos basura, emigrantes sin papeles, integración escolar imposible, polacos borrachos los fines de semana, eslavas prostitutas de mirada perdida, jóvenes latinas del brazo de nuestros ancianos. ¿Qué pasa en sus países? ¿Quién roba a los niños su infancia? ¿Quién priva a los jóvenes de trabajo y casa? ¿Qué políticos tienen y quién los sostiene en el poder? ¿Qué ideologías? ¿Qué creencias? ¿Por qué es la emigración su única salida? ¿Por qué se consiente tanta injusticia, tanto derroche humano? Estas y otras preguntas cuyas respuestas, supongo, estarán en el viento. Pero uno no deja de pensar cómo deben ser allí sus vidas para que las migajas del pastel que les dejamos probar les suela parecer el paraíso.