WHwasta ahora, el Mundial se parece mucho a lo que debería ser siempre: una fiesta. Dentro y fuera del campo. Un acontecimiento que trasciende cada día más el terreno deportivo y que en Alemania está alcanzando la máxima expresión, en medio de un éxito rotundo de organización. Pocas veces se ha vivido un Mundial con tanta intensidad y entusiasmo, no ya en los estadios, con todas las entradas agotadas desde hace tiempo, sino en las calles de todo el país. La psicosis en materia de seguridad se ha difuminado y, salvo incidentes menores y muy aislados, el torneo está transcurriendo en paz, a la espera de que siga así en la fase decisiva que se abre ahora.

Lo mismo podría decirse del papel de la selección española, que ha mitigado las dudas que le acompañaron hasta Alemania después de una pobre fase de clasificación que le llevó a la repesca. Pero el cambio de estilo que ha dejado entrever España, con un equipo joven y que supone una ruptura con el pasado, no servirá de nada si no se rubrica a partir de ahora, cuando empieza el Mundial de verdad, con todas las grandes selecciones clasificadas para octavos, y sobre todo ante la perspectiva de jugarse los cuartos con Brasil.