TEtn pasados días tuve la oportunidad de detenerme casi, al mismo instante, en dos noticias tan contrapuestas que parecían que describían dos mundos separados el uno del otro, solo coincidentes por la presencia del individuo. Una hablaba de la realidad de algunos países africanos y su estigmatización con respecto a enfermedades raras que maldicen, y que provocan la exclusión social de esas personas, augurándoles un futuro tan dramático como insolidario. Era un niño con una enfermedad en los huesos que le incapacitaba para moverse, fue abandonado por sus padres, y solo la firmeza de unos abuelos contribuyó a que este niño pudiera sobrevivir en un entorno tan hostil, como paralizante por las maldiciones de las brujerías. El reportaje describía el tesón de estos abuelos, y la situación de indigencia de un niño, que no podía salir a la calle ante la falta de una silla de ruedas, porque ya el abuelo mayor no podía sostenerlo en sus brazos para llevarlo como antaño. Podría ser tan fácil y tan difícil aquello, la maldición del hecho de haber sido sacudido por la terrible enfermedad de la estigmatización; y de no poder optar a una silla de rueda por rudimentaria que ella fuera.

Y a continuación de esa noticia, que desdeña la capacidad humana, leo otra que habla del lujo, de las islas paradisiacas y del alquiler de las mismas por más de veinte mil euros por día para disfrutar de ese entorno privilegiado; que, geográficamente, tampoco está tan a distancia de la realidad del niño que antes mencionaba. Y se describía su aeropuerto privado, sus mansiones, del lujo llegado al extremo que era más cuestión de ostentación que de espacio natural privilegiado. Y una se preguntaba cuando leía y se empapaba de aquello que estaba leyendo, sobre la existencia de una realidad tan dispar, que en sí puede ser comprensible, pero que no puede ser tolerable cuando entraña la mayor de las injusticias hacia el individuo. Es la ostentación de la riqueza frente al paradigma de la insolvencia humana, en reconocer situaciones de intolerancia hacia la condición humana. Es la injusticia que aparece repartida por territorios, pero que si indagamos, en ocasiones, tiene más que ver con esos desequilibrios territoriales entre países y continentes, que con la naturaleza humana en sí. Y me preguntaba si había alguna manera de conectar a esos protagonistas, aquel que su supervivencia pendía de una silla de ruedas; o aquellos otros que mostraban la exuberancia del lujo como parte del exhibicionismo humano, por encima de todo.

Es el mundo que tiene, quizás, un único destino, pero realidades tan diversas que nos hace cuestionarnos hasta qué punto una puede sobrevivir ante tamañas injusticias o indiferencias. Es el denominado estigma del espacio territorial que condiciona nuestra vida de tal manera que nos hacen más o menos vulnerables. Es esta especie de mundo, casi siempre tan sinsentido, que no es capaz de asimilar las bondades, frente a las maldades. Que ha iniciado la carrera de clasificar a las personas por sus espacios vitales y por la capacidad de generar riquezas o sentirse desprotegidos, ante los innumerables agravios comparativos que diariamente se producen en el escenario mundial.

XES ELx triste escenario de un mundo que ha ido recorriendo la civilización no tanto por su capacidad de humanización, sino por su incapacidad para atraer a todos los seres humanos a unas condiciones de vidas aceptables y adecuadas a sus posibilidades. Es la balanza ciega de la justicia natural o divina que no ha sabido proteger de dignidad a todos los individuos. Es el constante cuestionamiento sobre la riqueza y la pobreza, y el mal reparto de la misma. Que hace que unos vivan o mueran por la capacidad de tener avances tecnológicos en su sociedad, para que aquellas grandes pandemias fueran apareciendo en el pasado en algunas latitudes, pero que siguen reproduciéndose en otras, como la maldición de los territorios menos privilegiados.

Y al hilo de todo esto, observo en las dos informaciones dos escenarios naturales excepcionales. Uno que está lleno de grandes injusticias y desigualdades. Y el otro, que resguarda para los más pudientes grandes espacios de terrenos para el privilegio y el descanso de los más ricos. A uno, en medio de todo ello, le falta una silla de ruedas para caminar; al otro, un buen aeropuerto para aterrizar con su jet privado.