Quedaba molona la canción aquella, que además era preciosa. Yo la canté en el coro del colegio mayor, y pensaba cuando la cantaba que estaba en el lado correcto. "Para hacer esa muralla, tráiganme todas las manos, los negros sus manos negras, los blancos sus blancas manos". Hoy en día sigue gustándome, aunque para reciclarla tendríamos que cantar "los negros y las negras, los blancos y las blancas" y ya no sería lo mismo. Y además, lo de muralla benefactora que discrimina y se abre y se cierra, según el que llama, --"Tun, tun, ¿quién es? El sable del coronel... cierra la muralla", se me antoja hoy maniqueo y falso, engañador y torticero, aunque me siga trayendo recuerdos estupendos de una juventud rebelde y dorada, toda hecha de protesta, amistad, futuro, estudio, risas y promesas.

Qué cosas que mientras ensalzábamos la muralla irreal de poesía abierta a la rosa, el clavel, la paloma, el laurel, el corazón del amigo, el mirto, la yerbabuena y el ruiseñor en la flor y cerrada al sable militar, el gusano, el ciempiés, el veneno, el puñal y el diente de la serpiente, conviviéramos con el muro real de vergüenza y absolutamente letal para los que intentaban saltarlo, que dividió el corazón de Europa en Berlín, desde 1961 hasta 1989.

Hoy, los alumnos de Secundaria estudian aquel muro en la clase de historia y se horrorizan cuando ven las imágenes y vídeos de su construcción, y se emocionan cuando presencian cómo se acabó en aquella hermosa noche en que la ciudadanía lo saltó.

Supongo que, como dentro de algunos años, los estudiantes del futuro que padezcan la ley de Educación que toque en ese momento, se horrorizarán también cuando vean los muros que se levantaron en estas décadas amargas del siglo XXI. Muros físicos como el de Calais. Muros sin piedras ni alambres como el del Mediterráneo. Muros políticos, como el Brexit , mentales como los que separan una religión de otra. Murallas o muros de canciones, eléctricos, de hormigón, de piedras, de prejuicios, ideas, incomprensión, intolerancia, comodidad y odio. Esto es la historia. Y sin remedio ni retorno.