Es domingo, uno de esos regalos del otoño, que envuelve la luz en papel de oro. Nos parecería hermoso si no fuera porque estamos deseando la lluvia que no llega a cubrir las grietas de un verano que ya está durando demasiado. Ha salido una mañana preparada para café y lectura, y quizá luego piscina y parque, horas enhebradas para descansar, no sobresaltarse, desconectar de todo lo que no concierna a estas paredes; pero ni existen las torres de marfil ni los refugios ni siquiera la tranquilidad de este día que se resquebraja con esta estúpida manía de querer conocer lo que pasa en el mundo.

Abro el periódico y, aunque vivimos anestesiados ante el noventa por ciento de las malas noticias, esta golpea en la boca del estómago, justo en ese punto en el que nacen las náuseas. Parece una noticia de otra época, quizá lo sea. Habla de un empresario de cuyo nombre no quiero acordarme que presume de su inmensa colección de animales muertos. Podríamos llamarlo exhibición cinegética o museo de caza o colección, pero no nos dejemos engañar por las palabras, estamos hablando de animales muertos. Disecados alrededor de este cazador que presume de su pericia, y enumera con deleite los nombres de las especies que ha ido matando en sus cuarenta y ocho años de servicio: armadillos, lobos de Alaska, monos de Camerún…hasta un ñu dorado que sirve para contarnos que la última moda es pagar millones por abatir animales de colores, logrados gracias a la modificación genética y a la cría en cautividad. El cazador posa rodeado de piezas de taxidermista mientras nos da lecciones sobre la mejor forma de matar sin destrozar mucho para que luego los trofeos luzcan como estos.

Esta realidad que parece sacada de la peor película de ficción se vuelve más ficticia todavía. Parece ser que estos animales muertos (no nos dejemos engañar por el nombre de colección) van a viajar a Extremadura previo pago de una cantidad que, por ridícula que sea, a mí se me antoja excesiva. Estarán expuestos como homenaje no sé muy bien a qué. A la caza no, desde luego. Al poder, al dinero, a la capacidad de poder matar previo pago un animal de colores o una especie protegida, quizá. Ahora que se prohíbe explotar animales en los circos o empiezan a mirarse con malos ojos los zoos porque crían especies fuera de su hábitat natural, nosotros pagamos por esto que no tiene nombre, un montón artificial de seres que fueron hermosos y estuvieron vivos, hasta ser abatidos como diversión por alguien que presume de ello. Por eso no sé cómo llamar a este horror. Museo no, desde luego.

En los museos se enseña, y en esto en todo caso se aprende que a poco que rasques, lo de sapiens les queda grande a algunos supuestos ejemplares de mi especie. Y aquí hacemos tratos con ellos, ante el malestar de muchos y una inmensa vergüenza.

* Profesora