Escritor

La música es el arte que no engaña, incluso cuando es contemporánea. No es el arte contemporáneo donde no es oro todo lo que reluce. La música es la amiga fiel que te demuestra el amor a cada instante. Y eso fue lo que hicieron la otra noche los componentes del Orfeón Donostiarra y la orquesta del Teatro de San Carlos de Lisboa. Estuvieron a grandísima altura y el orfeón tuvo momentos que rayaron en lo divino. Fue una pena que no los oyéramos en un Tanhauser o en los coros de Mefistófeles ´ de Arrigo Boito, porque quizá se hubiera producido algo difícil de conocer como es la perfección. Para nadie es un secreto que nos encanta oir los coros de Aida y de Carmen , pero donde estos coros dieron la medida de su excelsitud fue en el Stebat Mater , que las primeras voces demostraron una afinación que sólo se consigue a fuerza de mucho trabajo, talento y elección de las mismas, dentro de una tradición sonora de primera magnitud.

La música nos devuelve además en pocos instantes toda la amargura que nos da el teatro, donde todo es tan difícil y donde el actor tiene que hablar y, como ha ocurrido, cuando el actor habla hay división de opiniones. En Valencia de Alcántara el coro es el pueblo copiando la música del chapapote, seguramente bajo las letras de algún resentido, porque el fuego no se puede trasladar de sitio y el chapapote sí, y además se puede coger con las manos; pero caínes siempre hubo, y para todos los gustos. El coro en la música es sobre todo y por todo, el dolor ante la madre que sufre la muerte o el asesinato de su hijo, versus Stebat Mater , pero copiar esloganes siempre es de mentes calenturientas, que hasta piden la dimisión del fuego, que es el último descubrimiento del hombre cuando él mismo lo produce. Estamos contra el fuego, yo en particular, porque es la otra cara de la música. Los portugueses tocaron recordando las 200.000 hectáreas de fuego de Portugal, y estuvieron sublimes.