Una buena y una mala noticia. La buena noticia es que un alto porcentaje de músicos callejeros (siete de cada diez) ha aprobado las oposiciones para poder tocar en el centro de Madrid. La mala noticia es que estos intérpretes hayan tenido que opositar para conseguir semejante permiso.

Cada uno de los 460 artistas examinados dispuso de cinco minutos para tocar un tema o dos ante un tribunal músico-inquisitorial. O sea que ahora el gran problema de algunos músicos no va a ser tanto el frío o el calor, el cansancio, la indiferencia de los transeúntes o las propias musas, sino --como suele ocurrir-- el capricho de nuestros dirigentes, que alimentan su afán de incompetencia pergeñando versiones estatales de Operación Triunfo.

El repertorio de restricciones para los músicos aprobados es interminable. Afortunados ellos, pese a todo: a los que han suspendido ni siquiera les quedará el recurso de echarse a la calle para tratar de sobrevivir.

España es un país que lleva años (cuando no siglos) desafinando, y se me antoja injusto echarle la culpa a unos sufridos músicos que presuntamente no están a la altura, cuando son los políticos y sus escándalos de corrupción quienes dan la nota equivocada.

Se pretende que el centro de Madrid suene mejor, que suene a Viena, mientras el resto del estado se descompone en una castiza marcha fúnebre. Puede que este Madrid nos vaya a ofrecer a partir de ahora una estampa musical más académica, pero yo sigo prefiriendo las desaliñadas calles de antaño que aún albergaban ciertas dosis de libertad para la disonancia, seña de nuestra identidad.

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