No me creo nada. Quizá me he levantado con el pie torcido, que no sé si es el derecho o el izquierdo, lo he probado de ambas formas y la conclusión es la misma: no me creo nada. Por lo que he decidido dejar de estar girando alrededor de este circo, de los protocolos y de los ritmos. Me planto, aquí me quedo y que les vaya bonito. Renuncio, sí, por si no queda claro. Y no renuncio sólo al trabajo que ya no tenemos, a la vida digna que es mentira, a las relaciones asimétricas disfrazadas de equidad, a las palabras que ocultan las cosas y a las cosas que no tienen palabra, también por supuesto al tiempo de espera, a la espera de otro tiempo. Y un solo atrevimiento, recomiendo a todos aquellos que ya no son capaces de aguantar con estoicismo el amplio caudal de desperdicios que tragamos, oímos y vemos, que nos hagamos fuerte detrás de la barra, como el pincho de tortilla, y por una vez mandemos a la mierda este espectáculo dantesco de malversación, corrupción e intereses. Con elegancia y una grata sonrisa, todo para vosotros. Y qué vamos a hacer y cómo lo vamos a hacer, pues la verdad lo desconozco, pero por lo menos limpios, que no es poco. Cierto que las circunstancias personales condicionan y limitan, lo saben y ahí radican sus garantías y chantajes. De acuerdo, los que puedan por los que no puedan. Pero ya vale. Si algo me ha demostrado mi afición reiterada al error es que por mucha voluntad que uno tenga en hallar respuestas justificadoras y tranquilizadoras, las respuestas no se dan. Es más, a medida que vamos detrás de ellas con mayor insistencia les aceleran el paso, como buenas zanahorias delante de burros. Pero no me hagan caso, tal vez haya tenido un mal día o los astros hayan entrado en confrontación, seguro que mañana saldrá el sol y comeremos perdices. Aunque pienso en José Emilio Pacheco : ya somos todo aquello que odiamos a los veinte años. Y qué bien que estamos estando tan mal, tremendo.